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Homilías de Pedro José Martínez Robles

Sábado, 14. Abril 2012 - 17:18 Hora
Segundo domingo de Pascua

Queridos hermanos:

1. “Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana... entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”. El día primero de la semana es el día de la resurrección, es el día de la Nueva Pascua, es el día del descanso de Dios Padre que ha devuelto a su Hijo el Espíritu entregado resucitándolo de entre los muertos. “El primer día de la semana era el tercer día después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el día de la nueva creación. Nosotros celebramos el primer día” (Benedicto XVI, Homilía Vigilia pascual 2011).

Sí, el domingo es el día del Señor en el que la comunidad se reúne para celebrar la Eucaristía desde hace dos mil años, para participar en el doble don de la mesa de la palabra y de la mesa del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El domingo es el día en el que experimentamos intensamente la presencia de Cristo Resucitado y cada domingo es también como si Jesús se nos apareciera resucitado a todos nosotros.

Los discípulos estaban asustados por miedo a los judíos, pero la presencia de Jesús resucitado cambia sus vidas: si tenían miedo, si estaban asustados, sin alegría, sin esperanza porque había matado a Jesús, a aquel que siguieron durante tanto tiempo y que había muerto en la Cruz, no podemos entender el vigor, la alegría, la fuerza, el convencimiento de su predicación si no es porque tuvieron la experiencia de ver, de tocar, de comer con el Crucificado, con Jesús que había resucitado, al que el Padre le había devuelto la vida: “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” ha dicho S. Juan, y lo mismo que ellos, nosotros también tenemos que experimentar en nuestra vida esa misma alegría, la que nos da el saber que Cristo Resucitado está presente en medio de nosotros.

Está presente en la comunidad que se reúne para celebrar su fe, como nosotros ahora, Cristo está presente en medio de nosotros; Cristo Resucitado está presente en la Palabra, en la que Dios nos habla y nos dice cómo tiene que ser una auténtica vida de cristianos; Cristo Resucitado está presente en el Pan y en el Vino, que se hacen Cuerpo y Sangre del mismo Cristo para ser nuestro alimento y nuestra fortaleza en el camino.

El Gran Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica ‘Dies Domini’ nos recordaba que el domingo tiene muchos valores que no podemos dejar de lado, la alegría, el descanso, la vida familiar, el encuentro con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con Dios Padre Creador, Cristo Resucitado y el espíritu santo; porque el domingo es el día del Señor y el día del hombre, el día que da sentido a nuestra vida y a nuestra historia.

2. ¡Qué hermoso el Evangelio que hemos escuchado! En él San Juan nos presenta la Resurrección de Jesús en términos de “encuentro con el Resucitado”, para mostrar cómo los primeros testigos de la pascua llegaron a la fe y cómo podemos llegar también nosotros a creer.

a. Sólo quiero subrayar dos ideas que se desprenden del texto. La primera es que Cristo Resucitado derriba con su vida nueva las barreras del miedo que impide la fe y el testimonio. El texto nos dice que “estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Existen como dos barreras, las puertas exteriores de la casa y las barreras interiores en el corazón de los discípulos que sienten miedo porque todavía no han tenido la experiencia de encuentro con el Señor resucitado. Y el encuentro con Jesús vivo hace que las dos barreras se superen: las puertas exteriores cerradas y el miedo interior de los discípulos. Y es que el Resucitado ha cambiado la historia y también es alguien capaz de cambiarnos la vida porque pone en nuestro corazón la paz. Es en el encuentro gozoso con el Señor donde se cifra nuestra vida, nuestra alegría y nuestra paz. Y superado el miedo, con el don de la Paz en el corazón, tiene lugar el envío y la misión: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.

b. La segunda idea nos la da la figura de Tomás. El incrédulo Tomás representa al hombre de todos los tiempos, que exige pruebas, que sólo cree a través de los milagros. Quiere identificar a Jesús con las huellas de la cruz. “No seas incrédulo, sino creyente”, y es que el testimonio de los demás discípulos tendría que haber sido suficiente para que creyera. Es una llamada de atención para todos nosotros, los que en en el futuro llegaremos a creer, siempre a través de la palabra, la mediación y el testimonio apostólico de los que “vieron” a Jesús y se encontraron con Él. Por eso dice Jesús: “Dichosos los que han creído sin haber visto”. La fe pascual en el futuro estará siempre fundamentada en el testimonio de aquellos primeros discípulos que “vieron” a Jesús resucitado y que nos han dado testimonio de ello. Esta es la verdadera fe pascual: San Pedro dirá “sin haberlo visto, lo amáis y, sin contemplarlo todavía creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestas almas” (1 Pe 1,8-9).

3. Y termino reflexionando a partir de la primera lectura que hemos escuchado. En ella se nos ofrece todo un programa de cómo tiene que ser una auténtica comunidad de cristianos, como tiene que ser nuestra comunidad eclesial: una comunidad de creyentes: nuestra fe se fundamenta en Cristo resucitado, “si Cristo no ha resucitado, nuestra fe no tiene sentido”, y nosotros creemos en la Resurrección del Señor. Es también una comunidad sacramental: porque la fe se alimenta y se expresa en los sacramentos, en el bautismo, en el que nacemos de nuevo a la vida de Cristo; en la reconciliación, por la que nos acercamos continuamente al Padre de la misericordia, en la Eucaristía, que es memorial, actualización aquí y ahora del Sacrificio redentor de Cristo y de su Resurrección. Y es también una comunidad fraterna y misionera, lo mismo que el estilo de vida de los primeros cristianos hacía que muchos se agregaran a la comunidad, todos tenemos que evangelizar con nuestro estilo de vida que da fe de que Cristo está vivo; tenemos que evangelizar la sociedad empezando por nuestra familia.

4. Queridos hermanos, que todos cuidemos nuestra vida de fe con la oración, con la lectura de la palabra de Dios; que participemos activamente en los sacramentos de la Iglesia y que vivamos como hermanos dando testimonio a todos de que Cristo ha resucitado, así seremos una comunidad de creyentes, sacramental, fraterna y misionera, al estilo que aquella primera comunidad en la que “todos los creyentes pensaban y sentían lo mismo”, así seremos auténtica comunidad, auténtica Iglesia en la que se vive la presencia del Resucitado.

Imagen: La duda de Tomás de Ludovico Lodovico (c.1479-c.1528), Galería Borghese, Roma.

Domingo, 8. Abril 2012 - 19:27 Hora
Domingo de Resurrección

1. «¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?
A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,
los ángeles testigos, sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!»


Hoy es Pascua, queridos hermanos. Cada domingo celebramos la resurrección del Señor, y hoy celebramos la Resurrección como culminación del Triduo Pascual, de las fiestas, del recuerdo y actualización de su Pasión, Muerte y Resurrección. Y comenzamos hoy también el tiempo pascual, desde la fiesta de hoy hasta el domingo de Pentecostés; son cincuenta días que son como un solo y único día festivo, como un gran domingo.

2. “Lo mataron colgándolo de un madreo. Pero Dios lo resucitó al tercer día... Nosotros somos testigos...” Este es el anuncio de Pedro en casa de Cornelio: “Dios lo resucitó al tercer día”: Pedro y los demás discípulos nos han dado testimonio de la resurrección y esa, hermanos es nuestra seguridad y nuestra certeza: el testimonio apostólico; el testimonio de aquellos hombres sencillos que vieron que el sepulcro estaba vacío; el testimonio de aquellos hombres sencillos que comprendieron las palabras de Jesús en aquellos momentos llenos de decepción y de fracaso aparente; el testimonio de aquellos hombres sencillos que “se llenaron de alegría al ver al Señor” es lo que sustenta nuestra fe; son los testigos de la resurrección quienes garantizan que no vivimos de una ilusión sino de una certeza; son aquellos que corrieron al sepulcro y lo vieron vacío quienes nos dicen que el Crucificado vive, que el Padre le ha devuelto a la vida, que algo radicalmente nuevo ha sucedido en la historia y la ha llenado de luz y de alegría: «Verdaderamente ha resucitado el Señor».

El Papa en su libro “Jesús de Nazaret” dice que el proceso de la resurrección misma de Jesús “se ha desarrollado en el secreto de Dios, entre Jesús y el Padre, un proceso que nosotros no podemos describir y que por su naturaleza escapa a la experiencia humana” (Jesús de Nazaret 2, 304). Pero sucedió, aconteció, ocurrió. Las mujeres, María Magdalena, los apóstoles, son los testigos de la resurrección; son quienes nos dicen que “Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo” (Mensaje ‘Urbi et orbe’ 2012). Jesucristo ha resucitado, y es el fundamento de nuestra esperanza.

3. Y nosotros estamos ahora aquí esta tarde porque hemos sido bautizados en esta fe, la fe de la Iglesia; porque queremos experimentarla una vez más y porque proclamarla a todos. Porque nosotros también somos testigos.

San Pablo nos ha invitado a vivir desde la Pascua: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”; hermanos, “hemos resucitado con Cristo”, y por eso debemos vivir de manera distinta, debemos vivir según la novedad de la Resurrección. No podemos vivir ya según los criterios de este mundo, que se obsesiona con los intereses de aquí abajo, el tener, el ser más, el dominar a los otros, el enaltecimiento del propio yo por encima incluso de Dios; nosotros vivimos ya según los criterios de Jesús, que nos hacer poner nuestra mente y nuestro corazón en los valores definitivos. Vivir según la Pascua significa vivir en alegría y en esperanza.

4. Dispongámonos, pues, a celebrar la Pascua del Señor, a tener la experiencia del Señor resucitado. El está aquí con nosotros. Nos vamos a sentar con Él mismo a la mesa. En virtud del pan y del vino, también nosotros podemos decir que “hemos comido y bebido con él”; y Él mismo, presente en la Eucaristía será nuestra fuerza y nuestra energía para que nosotros, como las mujeres, como María Magdalena, como los apóstoles, proclamemos ante todos que “Dios lo ha resucitado de entre los muertos”.

Feliz Pascua de Resurrección.

Sábado, 31. Marzo 2012 - 18:01 Hora
Domingo de Ramos

Con la celebración de hoy comenzamos el camino espiritual de la Semana Santa. Un año más el Señor nos convoca en torno a la realidad central de nuestra fe: el misterio pascual, es decir, el “paso” confiado de Jesús hacia el Padre a través del dolor y la muerte. El objeto y el sentido de la semana que empezamos es profundizar en este acontecimiento que nos sobrepasa. Vamos a volver a él durante estos días y como Iglesia del Resucitado vamos a dedicar a esta profundización un tiempo más intenso de contemplación que nos adentre en el misterio de la entrega de Jesús hasta el extremo.

Y hoy, Domingo de Ramos, la liturgia nos ofrece como una anticipación concentrada de cuanto vamos a celebrar durante la semana; porque hoy se nos presenta la figura de Jesús Rey doliente, aclamado y escarnecido a un tiempo: contemplamos la cruz, que se recorta sobre el horizonte del triunfo pascual.

El relato de la pasión según san Marcos que hemos escuchado subraya que Jesús es el Mesías esperado, el Hijo de Dios. Marcos titula su libro: «Principio del evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios» (1,1). Pero mantiene este título en una gran reserva a lo largo de toda la obra. Hasta que, ante la cruz, sentimos la fe de la Iglesia proclamada por boca del centurión: «Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios» (15,39).

Pero nos conmueve especialmente el camino que ha llevado al reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, como Mesías. Ha sido un camino de sufrimiento, de abandono, de vejaciones, de burlas, de injurias, de dolor, de cruz, de muerte. Sólo en la muerte de Jesús se le reconoce como el Hijo de Dios, sólo en la Cruz se le reconoce como el Salvador de los hombres. Estos días es necesario que sintonicemos con Jesús que sufre. Pero no para quedarnos sólo con sentimientos. Debemos llegar a una “com-pasión” más profunda, a aquella actitud espiritual que nos hace percibir el fondo de la pasión de Jesús, la raíz de su sufrimiento y la novedad exaltante que de él brota.

Me gustaría que nos fijáramos hoy en la escena del grito de abandono de Jesús en la cruz. San Marcos nos ha dicho que a la hora nona, Jesús exclamó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). “Esta plegaria de Jesús ha llevado una y otra vez a los cristianos a preguntarse y a reflexionar: ¿Cómo pudo el Hijo de Dios ser abandonado por Dios? ¿Qué significa este grito? (…) No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran Salmo del Israel afligido y asume de este modo en sí todo el tormento, no sólo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios. Lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios. Se identifica con el Israel dolorido, con la humanidad que sufre a causa de la «oscuridad de Dios», asume en sí su clamor, su tormento, todo su desamparo y, con ello, al mismo tiempo los transforma.” (Ratzinger-BXVI, Jesús de Nazaret 2)

Queridos hermanos, Jesús por la cruz triunfa, nos obtiene la salvación. Jesús en la cruz ha destruido el pecado del mundo y del hombre. Con su entrega ha desbloqueado nuestra incapacidad para amar de verdad, con un amor que es entrega y no egoísmo. Jesús tendido en la cruz nos ha reconciliado con el Padre, nos ha reconciliado entre nosotros. Y el Padre lo ha resucitado victorioso, lo ha acogido con alegría como el primero de muchos hermanos, y en él todos hemos sido ya (en la certeza de la esperanza) acogidos y resucitados.

Hermanos, que durante estos días “tengamos los mismos sentimientos que Cristo Jesús”. Que las celebraciones litúrgicas, el clima de nuestra parroquia, los momentos que cada uno pueda dedicar a la oración personal o comunitaria, hagan crecer en nosotros la adhesión personal a Jesús. Una adhesión que pase por la cruz para poder participar también en la resurrección.

Y ahora, en esta eucaristía sintámonos Iglesia reunida en torno a Cristo que entra en Jerusalén para entregarse por nosotros. Entremos también nosotros con él. Aclamémosle como Rey pacífico; acojámosle como el Hijo de Dios, el Señor de nuestra vida que nos da la vida; recibámosle como Pan de Vida partido y entregado por nosotros. Y alentados por la Eucaristía, anticipo y prenda de su victoria, mantengámonos en estos días despiertos y atentos en expectación de la mañana de Pascua.

Sábado, 24. Marzo 2012 - 21:50 Hora
Quinto domingo de Cuaresma

Con la mirada puesta en la Semana Santa que comenzamos el domingo próximo, celebramos hoy este V domingo de Cuaresma. A lo largo de este tiempo hemos intentado acercarnos al retrato auténtico de Dios, rico en misericordia; hemos caminado dejando todo aquello que nos pesa en el corazón para salir al encuentro de Cristo que muere y resucita; porque Cuaresma es tiempo de conversión, de cambio de vida y de reconciliación con el Padre de la misericordia.

La Palabra de Dios que escuchamos hoy quiere acercarnos a lo que Jesús sintió en los momentos culminantes de su vida; el Señor quiere que hoy contemplemos a su Hijo y que esto nos sirva para dar respuesta a tantos ‘porqués’, a tantas preguntas que surgen en nuestra vida, a la pregunta del dolor y del sufrimiento de tantos hombres, incluso de cada uno de nosotros.

En el pasaje que hemos escuchado del Evangelio de San Juan hay unas palabras de Jesús que son conmovedoras: “Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora”. Jesús siente turbación y angustia, siente oscuridad en su alma; Jesús ve claramente que su tiempo se acaba, tiene delante el cáliz que debe beber, ve lo que le viene encima: el dolor y el sufrimiento hasta el extremo; la Pasión. Jesús tiene la sensación de la impotencia, del fracaso y se pregunta el porqué, el sentido de ese sufrimiento, el sentido del dolor.

Jesús también siente dudas y vacilaciones, como nosotros; Jesús sufre y se pregunta, como nosotros; Jesús no fue un superhombre, un ‘supermán’ que lo tenía todo claro. No, nada de eso: Jesús aprendió sufriendo a obedecer, Jesús durante su vida lloró, gritó, sintió angustia, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte (lo hemos escuchado en la 2ª lectura, de la Carta a los Hebreos). Jesús es hombre, como nosotros; y sufre, como nosotros. El Papa comenta en su libro “Jesús de Nazaret” (II) que estos momentos de angustia de Jesús, como también en el momento de la oración en el Monte de los Olivos, “son momentos en los que Jesús se encuentra con la majestad de la muerte y es tocado por el poder de las tinieblas, un poder que Él tiene la misión de combatir y vencer”.

Este momento, esta hora angustiosa de Jesús también es buena noticia para todos nosotros. Porque Jesús nos dice que no podemos escandalizarnos de nuestras horas oscuras, de nuestras horas de turbación, de miedo o de tristeza. No es malo pasar por experiencias negativas, también las pasó Jesús. Y estas experiencias pueden ser la enfermedad, incluso la muerte de los que queremos, una mala noticia, perder el prestigio, sufrir algún tipo de fracaso… Hay tantas situaciones en las que podemos sentir esta angustia… Pero Jesús, que nuestro ejemplo, también pasó momentos muy malos; y así es como están redimidos los nuestros.

Pero, queridos hermanos, no todo queda ahí, Jesús, “en su angustia fue escuchado”, y vino la luz, el alma se serena y vuelven la certeza, la confianza, la fuerza y la esperanza: Jesús se da cuenta de que para eso ha venido, para esa hora de sufrimiento; y siente que no está solo, que el Padre está con él. En ese momento viene una voz del cielo que todos oyeron pero que no entendieron, una voz que le da la confianza y la seguridad: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”, Jesús siente el amor del Padre, ese amor que nunca le abandona.

Y encuentra sentido a su dolor: “si el grano de trigo no muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”, Jesús sabe que la cruz, que el dolor y la muerte no van a ser inútiles; sabe que la vida no es para guardársela, sino para darla; sabe que “el que se ama a sí mismo se pierde”; sabe que va a dar fruto y que el fruto será vida, alegría, Pascua; sabe que el sufrimiento no es estéril, que va a morir para liberarnos de las cadenas del pecado y de la muerte; Jesús ha encontrado sentido a sus porqué, a sus dudas.

Queridos hermanos, ninguno de nosotros busca sufrir. El sufrimiento viene por sí solo, sin que lo esperemos, en el momento más imprevisible. Y tenemos que entender que nos enseña, nos enseña a madurar, nos da profundidad, nos ejercita en la paciencia, nos hace más auténticos, nos transforma en personas sensibles, compasivas, solidarias, humildes, abiertas, limpias, confiadas. Nuestra experiencia y la de Jesús nos enseñan que sufrir tiene sentido. Y tiene más sentido aún si sufriendo somos capaces de amar; Jesús lo hizo: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Tenemos un mundo contradictorio: mientras miles de personas están en peligro de morir de hambre y de sed, otros se embolsan cantidades millonarias sin mover un dedo; mientras muchos sufren, unos pocos pierden su vida y su intimidad para ganar unos euros, o por ser famosos, o por salir en la televisión. Sí, estamos en un mundo con luces y muchas sombras. Pero nosotros sabemos y experimentamos dónde está la luz de nuestra vida: es Jesús, la Palabra hecha carne que nos lleva y da sentido tanto a nuestra alegría como a nuestro dolor; y el dolor del mundo que también tiene que ser redimido por todos nosotros desde el amor, la compañía, la solidaridad, la palabra que no se calla.

Que la Eucaristía nos ayude una vez más a comprender. La Eucaristía es sacrificio: Cristo muere y resucita para quedarse con nosotros y para mostrarnos dónde está la verdad, la luz y el sentido de nuestra vida.

Imagen: Marko I. Rupnik. La Virgen de las Espigas. Capilla de las Misioneras de la Inmaculada. Monza, Italia.

Sábado, 17. Marzo 2012 - 13:57 Hora
Cuarto domingo de Cuaresma

La Palabra de Dios que ha sido proclamada en este ya cuarto domingo del tiempo cuaresmal nos habla del amor y de la misericordia de Dios para con todos nosotros. Un amor incondicional, un amor que debe ser recibido y creído para tener vida, un amor que se ha de transmitir a los que nos rodean sin miedos, sin pudores, con valentía, sabedores de que contamos con la fuerza del amor de Dios y con su Espíritu.

1.- a) La historia de Israel es una historia de pecado y de conversión continuos. Hoy hemos escuchado en la primera lectura un resumen de esta historia, referente al tiempo del destierro a Babilonia. La infidelidad de Israel, desde los jefes y sacerdotes hasta el pueblo, fue una infidelidad radical. Aquella Alianza que tan solemnemente habían firmado y prometido cumplir con Moisés a la salida de Egipto, y que recordamos el domingo pasado, estaba ya olvidada. Israel abandonó a su Dios y se fue detrás de otros dioses más cómodos. Y sobre todo no fue capaz de escuchar los avisos que Dios les envió, como los del profeta Jeremías, que en este tiempo de desastre intentó convencer al pueblo de su insensatez.
Y vino el desastre: el destierro a Babilonia. Los ejércitos invasores destruyeron el Templo, incendiaron la ciudad, saquearon todo lo que pudieron y llevaron al destierro a los habitantes. El autor de esta crónica interpreta todo como consecuencia del pecado: ha sido el mismo pueblo el que al alejarse de la Alianza con Dios se ha precipitado en la ruina en todos los sentidos.
Fue una experiencia muy dolorosa, muy amarga. Y la Sagrada Escritura nos muestra cómo fue de dura, de radical. El Salmo que hemos escuchado nos lo evoca: “Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión”.

b) Pero en la misma lectura hemos escuchado la otra cara de la historia. A los sesenta años del destierro, Dios movió el corazón del rey Ciro y éste permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. No se consumó la destrucción del pueblo escogido por Dios. El Dios fiel y misericordioso superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad de la infidelidad, el pecado.
La historia del Pueblo de Israel, una historia de alianza e infidelidad, una historia de amor y de perdón es también nuestra historia; todos nos reconocemos en ella; y sobre todo, en ella reconocemos cómo nos ama el Dios en el que creemos, el Dios de Jesucristo, que nos muestra su amor, su presencia, sanándonos, perdonándonos.

2.- El amor de Dios supera siempre nuestro mal. Esto es también lo que hemos escuchado decir a san Pablo en la segunda lectura, tomada de la carta que dirige a los cristianos de Éfeso: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo... Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros”. El Dios que se nos revela en Cristo, el Dios cristiano, es un Dios rico en misericordia. Es un Dios que nos ama aun siendo nosotros pecadores, y nos ama no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno.

San Pablo subraya sobre todo la gratuidad de la salvación: “estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir” (v. 9). La salvación no es obra de nuestras manos, no es una recompensa a nuestros méritos, sino que es un don gratuito del amor y la misericordia de Dios en Cristo. El hombre la recibe cuando se abre a Dios con la confianza de la fe, quedando de esta forma completamente transformado en Cristo, hasta el punto de “resucitar” y “sentarse con él en el cielo”. La gracia arranca al hombre del pecado, del alejamiento de Dios, y lo dirige hacia un ideal de vida completamente distinto, que San Pablo describe diciendo: “Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos” (v. 10). Por lo tanto, todo lo que nosotros hagamos, nuestras “buenas obras” no son la condición para la salvación, sino la consecuencia de que vivimos nuestra vida de manera distinta, de que tenemos un nuevo ser, el ser de hijos de Dios, de que ya hemos sido salvados.

3.- En el Evangelio se subraya también el amor inconmensurable, el amor inefable de Dios, del Dios que se nos revela en Cristo, al mundo pecador.
San Juan nos dice que Dios ama al mundo pecador no porque el mundo sea bueno o porque pecar sea bueno, sino porque Dios es bueno. Dios no mandó a su Hijo ni para juzgar ni para condenar, sino para que el mundo se salve por Él. Dios ama al mundo de tal manera que está dispuesto a dar su sangre (su Hijo según la mentalidad judía) por él.
Para el Evangelista San Juan, a cada hombre se le presentan dos opciones que determinan el destino de su existencia: creer o no creer en Jesús. Creer es adherirse personalmente a Jesús y a su proyecto de vida y de amor con todas sus consecuencias, en el plano personal y también en el social. El único pecado radical para Juan es la incredulidad, el rechazo de la palabra de Jesús, que es a su vez la raíz y el fundamento de todo pecado.
Se nos afirma además que Dios tiene la iniciativa en la salvación, haciendo referencia al amor de Dios hacia la humanidad. En efecto, “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea no perezca, sino que tenga vida eterna” (v. 16). Jesús ha sido enviado al mundo a causa del amor infinito de Dios por la humanidad y este don es para salvar al mundo. Dios está en el origen de la salvación, en virtud de un amor que da vértigo. En el corazón de todo, y en modo especial, en la misión del Hijo del hombre y de su camino hacia la cruz, se encuentra a Dios que ama al mundo.
También se afirma: “El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”, y es que el “juicio” del hombre ante Dios depende por entero de la respuesta de cada uno frente al Enviado de Dios. Y más importante aún es que para Juan, el juicio de condenación no está reservado para el final de los tiempos, sino que se realiza en el presente, desde el encuentro con Jesús. Creer en él es ya inmediatamente “tener la vida”; y al revés, con la negativa a creer, el hombre se autodetermina para la muerte. Creer en el Hijo es creer en el amor revelado. Jesús es la manifestación más grande del amor divino a la humanidad.

4.- También en el mundo de hoy, junto a muchas personas que creen y aceptan a Cristo, hay otras muchas que han optado por ignorarlo, o incluso por enfrentarse radicalmente y perseguir a quienes le siguen. Los cristianos, si somos luz y sal, podemos también resultar molestos en el ambiente en que nos movemos. Pero lo triste seria que no diéramos ninguna clase de testimonio, que fuéramos insípidos, incapaces de iluminar o interpelar a nadie. Nos podemos preguntar este domingo si verdaderamente llevamos una vida distinta a los demás....si nuestro estilo de vida interpela o estamos inmersos y ocultos en el barullo de una sociedad que sólo buscas la imagen, el consumismo, el poder, el aparentar efímero. En definitiva, nuestra opción por Cristo, queridos hermanos, debe movernos también a la aceptación de su cruz y de su testimonio radical; y saber que nos parecemos así a Él, a quien tanto nos amó que entregó a su Hijo para nuestra salvación.

(Imagen: Jesús conversa con Nicodemo. Biblia de Bowyer, vol. 38. Boltom Museum. Londres)

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