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Martes, 19. Junio 2012 - 10:46 Hora
Europa y los monjes de Silos


Juan José Laborda 19-06-2012

Para cuando mis lectores lean este artículo habré tenido la oportunidad de participar en un coloquio sobre Europa con la comunidad benedictina de Santo Domingo de Silos.

Los monasterios cristianos, además de lo que significaron para la fe religiosa en sus tiempos iniciáticos, mantuvieron viva la idea de Roma. ¿Qué era el ideal romano? Sueños de una época de plenitud, de civilidad. Roma evocaba el Derecho; los monasterios se regían por normas jurídicas: la regla de San Benito. Roma quería decir un idioma común en el que pudieran entenderse las personas de diversos orígenes culturales: los monjes se dedicaron a seguir escribiendo y hablando en latín. La añoranza de Roma era recordar los tiempos de la Ciudad, de las ciudades, de la “civitas”, de la civilización: los monasterios conservaron el sentido profundo de la vida ciudadana. La ciudad es diferente a la comunidad, sea ésta comunidad familiar, vecinal, agraria o laboral. En la ciudad, la persona está voluntariamente, se siente individuo, es anónima, puede tener intimidad, necesita de la libertad para convivir con otras personas en las mismas circunstancias. En principio, el monasterio es un microcosmos de la ciudad. El monje, aunque vive en una comunidad, está voluntariamente en ella, y además, se integra en ella como un sujeto individual. Gracias a eso, la conservación y el desarrollo de la cultura fue tarea de los monjes durante siglos. Lecturas, grabados, esculturas, arquitectura, ingeniería, etcétera, constituyeron las misiones de aquellos monasterios. También la música. El gregoriano surge de los ejemplos de las sinagogas judías. Cantar al Señor es una manifestación que viene de las ciudades: de Jerusalén, y después de la dispersión hebrea con el emperador Tito, de Alejandría, de Itálica, de Tarragona, de Marsella, de Roma, de Bizancio. Las piezas musicales que cantan los judíos en esas ciudades tienen unos estribillos que los cristianos harán suyos: “Aleluya”, “Hosanna”, “Amén”…

La “cristiandad” contiene elementos que procedían de Roma. Con la secularización propia de la Ilustración, el término “Europa” sustituirá a la denominación religiosa. Europa es algo más que un continente. En realidad no lo es: sólo una simple península de Asia. Pero expresa la reiterativa obsesión por Roma: ciudadanos que viven bajo una sola ley, un régimen moderado entre el principio republicano (Senado) y el principio monárquico (Emperador): SPQR: “Senado y Pueblo Romano” (Ese fue el emblema del Imperio de Roma).

Con el Renacimiento (de la cultura greco-romana) se creyó que Roma volvía “con la república de las letras”. Erasmo se hizo ilusiones. Descubierta América, el papa Alejandro VI (el español Rodrigo Borja o Borgia) todavía pudo con su autoridad declarar que América era entera de España (Bula Inter Caetera 1493). El papado era una especie de ONU de la época. Los portugueses no estuvieron nada conformes. Entonces los Reyes Católicos y Juan II de Portugal decidieron ellos solos, sin intervención papal, los limites definitivos en el Tratado de Tordesillas (1494). Empezaba la era de la soberanía.

Erasmo fue víctima de ese descubrimiento. El emperador Carlos V comprobó que las soberanías destruirían sus sueños de una “cristiandad universal”. Lutero hizo dos cosas: dio fuerza religiosa a la soberanía de los príncipes protestantes, y al traducir la Biblia al alemán, fue el primero que sumó la cultura nacional a la soberanía. En Ausburgo (1555) el emperador tuvo que abdicar: cada príncipe soberano tenía el derecho de profesar la religión que quisiera.

España siguió defendiendo sus principios cristianos contra la soberanía. Los Estados que hacían uso de ese concepto incurrían en el pecado o la herejía que entonces se calificaba de “maquiavelismo”. Todo terminó con las paces de Westfalia (1648): los grandes triunfadores eran los Estados soberanos, los estados protestantes (como Suecia y Prusia) y Francia (que había inventado con Bodino “la razón de Estado y la Soberanía”).

Westfalia consagra la soberanía del Estado. Es un dios terrenal. Por entonces los “Soberanos” se inventaron el “Derecho Divino de los Reyes”. Francisco Suárez se opuso, sin demasiados seguidores, a esa teoría asiática del poder. De allí al nacionalismo no hay más que tiempo. El Estado, después de la Revolución Francesa, es omnipotente. De allí a las matanzas europeas de las dos Guerra Mundiales sólo es cuestión de técnica (bélica y de represión).

Los visionarios de 1945 le cortaron las alas a los Estados soberanos: la Carta de las Naciones Unidas (1945) declara ilícito que los estados declaren la guerra. Robert Schuman y Jean Monnet, dos europeos, declararon que la paz se basaría en una Europa sin fronteras soberanas. Fue un 9 de mayo de 1950.

“Los hombres sólo aceptan el cambio resignados por la necesidad y sólo ven la necesidad durante la crisis”. Con esta frase de Jean Monnet, tan actual, empezó el coloquio con los monjes de Silos.

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