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Domingo, 15. Enero 2012 - 17:39 Hora
Ganadora del concurso "como has encontrado a Dios"



Yo en el 2005: 22 años de edad; estudiante de filosofía de séptimo semestre en la Universidad Nacional de Colombia; atea por opción y convicción desde hacía varios años; muy liberal; con una relación amorosa muy complicada; depresiva.

Mi panorama para abril de ese año pintaba gris y triste. Luchaba por terminar mi carrera y por encontrar alguna razón para vivir.

Impulsada por la urgente necesidad de escapar de todo lo que me rodeaba, de mis amigos, de mi familia, de mi entorno y lo que era más importante; de mí misma, busqué la forma de salir del país. Fue así como en agosto de ese año llegué a tierras francesas como “fille-au pair”.

Los primeros días que estuve en París, la pasé de maravilla, sin embargo, en cuanto llegué a Marseille -ciudad en la que estudiaría y trabajaría- mi corazón se ensombreció nuevamente.

Los días pasaban entre el estudio, el trabajo y mi tiempo de descanso. Comenzaba a extrañar a mi familia, mis amigos, mis comodidades y en general, mi tierra colombiana.

La soledad poco a poco fue devastándome y sumergiéndome de nuevo en depresiones que trataba de compensar con la comida y otros entretenimientos. Un día, mientras caminaba hacia el puerto para matar un poco mi tiempo libre, pasé junto a una Iglesia Católica; me asomé, y al ver gente dentro, decidí entrar para sentirme acompañada.

Desde ese día comencé a frecuentar esa Iglesia; entraba, me sentaba, miraba a las personas y me sentía bien en compañía de ellos.
Pasaron varios días en esa dinámica y yo hubiera seguido con esa rutina de no ser por un evento inesperado.

Una tarde, como de costumbre, entré en la Iglesia por una puerta lateral. Estaba cruzando por la nave principal hacia la otra nave cuando sentí una mirada sobre mí desde el Altar.

Inmediatamente dirigí mi mirada hacia mi observador y he ahí mi gran sorpresa; no había persona física observándome, sino sólo un círculo blanco (en ese entonces para mí La Sagrada Hostia era sólo eso), posado en una estructura dorada.

La sensación de sentirme observada no se iba, traté de moverme por la Iglesia y me puse detrás de una columna para evadir esa incomoda mirada, y esa sensación no se iba.

Finalmente, decidí enfrentar a mi observador y darle la cara. Fue en ese preciso momento cuando, sin darme cuenta, quedé postrada de rodillas. Obtuve la certeza no sólo de la existencia de Dios, sino de que Él mismo residía allí, en ese pequeño trozo de pan. Lloré como una niña que acaba de encontrar a su madre después de haberse perdido por largo tiempo. No podía contener mis lágrimas y no comprendía lo que me sucedía. Estuve mucho tiempo allí de rodillas y llorando, no sé cuánto.

Ese fue el comienzo de mi camino de regreso a casa, a la casa del Padre. Sin embargo, a pesar de haber obtenido esa Gracia excepcional, mi conversión no fue inmediata. Mi racionalismo trataba de impedir por todos los medios que se asentara la creencia, pero Dios ganó la guerra venciendo en cada batalla durante varios años.

La fe católica ha sido una aventura en mi vida, una difícil y arriesgada aventura en estos tiempos, que le ha dado sentido a mi existencia.

Me ha permitido conocerme más y conocer lo que es la felicidad.

Diana Milena Patiño Niño

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