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Miércoles, 25. Enero 2012 - 10:04 Hora
Concordia”, de la cobardía al heroísmo


Todos hemos oído hablar los días pasados del naufragio de la nave-crucero italiana “Concordia” frente a las costas de la “Isla del Lirio” (“Isola del Giglio”), debido a la imprudencia sumada a la cobardía posterior de su comandante. No voy a hablar de ello; quisiera limitarme a las palabras de un testigo concreto. No olvidemos que la población de la isla es de apenas ochocientos habitantes y que de golpe, en plena noche (¡!), vió llegar, terrorizada y tiritando de frío, una multitud babélica de más de cuatro mil personas (¡!).

Dicho testigo es Don Victorio Dossi, de 72 años de edad, bergamasco, que desde hace veinte años es el párroco de aquella comunidad cristiana.

Apenas le llegó la noticia del naufragio, Don Victorio abrió las puertas de la iglesia para acoger a toda la gente posible. Cupieron más de doscientas personas. Otras doscientas las alojó en la escuela materna parroquial: “He hecho lo que he podido”, dice sin más. “Nada de extraordinario, sólo lo que el corazón me sugería y lo que cualquiera con un poco de humanidad y de sensibilidad hubiera hecho...”. Y cuenta: “Al principio la gestión de la emergencia fué dura y con una gran confusión. Los pasajeros provenían de muchas nacionalidades y era difícil lograr entenderse. Había mamás que gritaban y pedían por sus hijos. Yo trataba de asegurarles diciendo que probablemente estaban todavía en el puerto. Recogimos todos los colchones y cubiertas disponibles , y les alojamos en la iglesia. Con la ayuda de otros parroquianos, distribuimos agua, café, comida... Mucha gente venía simplemente con la ropa interior. Recogí todo lo que tenía, calcetines, vestidos, calzado..., y se lo dí. A mi teléfono mòbil llegaban contínuamente llamadas en inglés, español, y otras lenguas: eran los parientes que buscaban a los sobrevivientes y a los cuales las autoridades habían dado mi número porque, ya se sabe, en un pueblo los puntos de referencia son el párroco, el médico y el alcalde...”.

Durante los veinte años en la isla como párroco, Don Victorio ha vivido muchos naufragios de barcos de pesca, accidentes en el mar..., pero un desastre multitudinario como el reciente era impensable. Y añade: “Quiero subrayar el hecho de que toda la isla ha dado prueba de una solidaridad extraordinaria y caridad cristiana. Me ha impresionado en particular ver a tantos jóvenes, que normalmente parecen petulantes y lejanos del sentido de simple humanidad, cómo venían a mí y me pedían en qué podían ser útiles. Y luego las familias que han abierto sus casas, los baristas, los comerciantes, la gente común... Todos inmediatamente se movieron para dar una mano. Muchos vinieron a la parroquia. No me lo esperaba, ha sido una sorpresa increíble...”.

Quisiera añadir que las tiendas y bares abrieron inmediatamente sus puertas. Los bares acabaron sus provisiones de café, leche...; las tiendas distribuían ropas a quien venía casi sin nada, mojado y transido de frío. Con una generosidad inmediata, espontánea, sin pretender hacer el gran “negocio”, sino regalando... Una humanidad que de golpe salía a flote como por instinto. Entrevistadas más tarde, muchas de aquellas personas, así como bomberos, carabineros, marineros, soldados..., cuando los periodistas buscando sensacionalismos les trataban de héroes, no hacían más que repetir: “Pero si hice lo que hubiera hecho cualquier otro en mi lugar...”. El gobierno ha propuesto dar a todo el pueblo una medalla al valor.

Y hace unas semanas, cuando unas grandes inundaciones en Génova y una región del sur de la ciudad llenaron de barro casas, calles y pueblos enteros, con muertos, heridos y destrozos sin número, de golpe se presentaron –además de los responsables y ayudantes oficiales en estas ocasiones- miles de personas de todas las regiones de alrededor, y sobre todo jóvenes, a dar una mano, a quitar barro, a limpiar casas... Y, un último detalle, los obispos de las diócesis afectadas (Génova, etc.), cerraron los seminarios y enviaron a sus seminaristas a dar una mano todo el tiempo que hiciera falta.

Para que nos fiemos de las apariencias tan frecuentemente negativas... Cuántas veces, debajo de una aparente indiferencia o egoísmo, late una humanidad que, consciente o inconscientemente, cuando se presenta la ocasión recuerda o reproduce aquello de que: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). ¡Mientras hechos semejantes tengan lugar, la humanidad va todavía por buen camino!

J. Rovira cmf.

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