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Martes, 7. Febrero 2012 - 18:43 Hora
Una reflexión a Pérez Rubalcaba


El nuevo secretario general del PSOE va a iniciar la reconstrucción de un partido que quizá aún no ha terminado de saldar todas sus derrotas. Es una papeleta difícil, pero para el bien de la sociedad española es conveniente que exista una fuerza alternativa de gobierno que sea responsable con un proyecto bien trabajado al servicio del bien común. Zapatero fracasó porque fue incapaz de acercarse mínimamente a este objetivo. Antepuso antes que nada su particular ideología, su visión parcial, inmadura y poco responsable de la realidad, y lo hizo ante el silencio o el aplauso de todos sus compañeros de partido durante 12 largos años.

Así, nadie puede sorprenderse, ahora, de que el camino de regeneración que deba sufrir el PSOE pueda ser también largo. En este andar hay un hecho de singular importancia, que es la consideración que los católicos, y por consiguiente la Iglesia, merecen dentro del Partido Socialista. Hasta ahora, como máximo, han sido considerados como un grupo de palmeros cuya única misión es aplaudir y razonar en público lo que hace el partido aunque se trate de cuestiones no sólo irrazonables sino además contrarias a la más elemental coherencia con la fe cristiana.

Para el resto de los católicos que no han actuado de palmeros, es decir la inmensa mayoría, Zapatero ha tenido una actitud que ha oscilado entre la beligerancia y el menosprecio. Ahora los socialistas ya saben, porque sus encuestas se lo indican, que han perdido gran parte de su electorado mayor de 50 años, no sólo o fundamentalmente a causa de la crisis económica, sino por las leyes radicales de ZP en materias como el matrimonio homosexual y el aborto. Tienen en este andar en la oposición una ocasión de rectificar que no se ha vislumbrado en su congreso, donde una vez más han alardeado de anticlericalismo y, pasándose de frenada, se han propuesto, y esperemos que sea flor de un día, acabar con el derecho de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos.

Por eso es necesario que, en la reconstrucción del partido, el pensamiento de la mente viva más lúcida de toda la izquierda europea les ayude. Nos referimos al filósofo alemán Habermas y su punto de vista sobre la Religión y el Estado. Y dice así: “la neutralidad cosmovisional del poder del Estado, que garantiza iguales libertades éticas para cada ciudadano, es incompatible con cualquier intento de generalizar políticamente una visión secularista del mundo. Y los ciudadanos secularizados, cuando se presentan y actúan en su papel de ciudadanos, ni pueden negar, en principio a las cosmovisiones religiosas un potencial de verdad, y tampoco pueden discutir a sus conciudadanos creyentes el derecho de hacer contribuciones en su lenguaje religioso a las discusiones públicas”.

Esta frase harían bien en grabarla en el frontispicio de la calle Ferraz y actuar de manera coherente con ella. Simplemente porque forma parte de algo que es inherente a una concepción republicana cívica. La de la amistad cívica, sin la cual la democracia desde Aristóteles ha sido afirmada como imposible.

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