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Martes, 7. Junio 2011 - 18:03 Hora
Las otras loterías


A los españoles nos ha entrado, hace ya mucho tiempo, la furia del juego: bingos, quinielas, máquinas tragaperras, loterías modernas o primitivas se están llevando una buena parte de los sueños y los dineros de los españoles. Las cosas andan mal y –quien más, quien menos- todos andamos a la cuarta pregunta y esperamos la mágica solución de un “gordo” que nos saque de apuros.

Y a mí la lotería me parece estupenda, entendida como un juego. ¿Quién no ha soñado, en la segunda quincena de diciembre, con todas esas cosas que va a hacer con ese premio que, sabemos de sobra, no nos va a tocar?

Lo preocupante es el sueño convertido en fiebre o el confundir la esperanza con la suerte. O, lo que es peor, volcarse en las loterías del dinero y olvidarse de todas esas otras loterías con premios mucho más suculentos y seguros.



La lotería de vivir, por ejemplo. Esa nos toca a todos desde aquel día en que la bolita de la existencia cayó sobre nosotros. Vivir bien es estupendo, pero a mí me parece más maravilloso el simple hecho de vivir. El día de nuestro nacimiento nos tocó el “gordo”, salimos de la pobreza absoluta de la nada y entramos en la maravilla del tiempo y de la sangre. Lo absurdo es que haya gente que ruede por el mundo sin haberse molestado en consultar la lista de esa lotería de vivir para comprobar que allí está su nombre y apellidos.

La lotería de amar es aún más fecunda y tiene premio doble: la posibilidad de amar y la de ser amado. ¿Quién sabría decir cuál de los dos premios es más grande? Para esta lotería no hace falta ni siquiera comprar billete: basta con tener corazón y con no tenerlo demasiado endurecido por el egoísmo. Es un sorteo con muchas pequeñas alegrías de reintegro que, además, tocan en todos los décimos.

La lotería de la esperanza es un poco más cuesta arriba. Para jugar a ella hay que tener los ojos limpios y algunos kilos de coraje frente a la adversidad. Pero también está al alcance de todos. Generalmente en esta lotería no tocan premios gordos; hay que ir ganando cada día, con pequeñas pedreas que dan para seguir comprando esperanzas para el día siguiente.



Y luego está la lotería de creer. Creer, si se puede, en Alguien. O, cuando menos, en algo, que, si es limpio, termina por conducir a creer también en Alguien que escribo con mayúscula. Esta lotería no se compra. Es un don. Pero un don ofrecido a todo el que lo busca con buena voluntad. Y ése sí que es un “buen gordo”. No “resuelve” los problemas. Pero da fuerza para resolverlos.

Todas estas loterías están ahí. Y tocan a todos los jugadores. Y se ofrecen a ricos y pobres, más a los pobres que a los que se rebozan en su riqueza. Lo asombroso es que no haya colas en las expendedurías.

Juan Jaurregui.es

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