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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Domingo, 21. Septiembre 2014 - 11:13 Hora
Domingo XXV TO (Ciclo A)

EXPLICACIÓN DE LAS LECTURAS
1ªL.- La llamada a conversión que realiza el profeta cuenta con la actitud del hombre que da el paso y con la de Dios que convierte. La llamada en sí misma es fuerza. El hombre, detenido a ras de tierra, en miras y proyectos mundanos, y Dios llamándole a la aspiración insaciable de altura. Ni el hombre se puede convertir sin la fuerza de Dios que le atrae, ni Dios convierte al hombre, sin contar con su liberta que se orienta hacia él.
2ªL.- San Pablo, desde la cárcel de Efeso, escribe a la comunidad de Filipos, relativizando su propia tribulación. No busca su apetito sino lo que más convenga a la causa del evangelio. Lo verdaderamente importante para él era cumplir su tarea evangelizadora: ¿aceptando la muerte?, ¿aceptando la absolución de su causa? Pablo sabe que Cristo puede ser proclamado de muchos modos y maneras.
Ev.- En la parábola de los jornaleros contratados a diversas horas, al recibir el salario los obreros de la primera hora no se quejan de haber padecido una injusticia (ajustaron un denario y lo recibieron), sino más bien de la ventaja concedida a los otros. No pretenden recibir más, sino que se muestran envidiosos de que los otros hayan sido tratados como ellos.
La injusticia de que creen ser víctima no consiste en recibir una paga insuficiente, sino en ver que el amo es bueno con los otros. Es la envidia del justo frente a un Dios que perdona a los pecadores.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Pablo recomendaba: “lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”. Pero estamos bien lejos de ello…
Lamentablemente nos es más fácil aceptar la severidad de Dios, que su misericordia: “¿eres capaz de aceptar la bondad del Señor, cuando compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente, con el que se ha equivocado? ¿Eres capaz de perdonar a Dios su «injusticia»? Nuestra mayor desgracia es la envidia, el andar comparando, la mezquindad.
La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo.
Pero quien tiene la mirada enferma, y no intenta curarse, es enemigo de sí mismo. Porque echa a perder la eternidad. Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, cerramos la posibilidad de sorprendernos, como los trabajadores de la hora undécima, frente a la generosidad del amo. Pasaremos la vida contabilizando nuestros méritos. Confrontándolos con los de los demás. Corrigiendo las operaciones de Dios. Una condenación...”

Sábado, 6. Septiembre 2014 - 18:34 Hora
XXIII Domingo del TO (Ciclo A)

EXPLICACION DE LAS LECTURAS
1ªL El profeta en diálogo con Dios, aprende su misión. Ceñido a la escucha de la palabra infinita, cumple su cometido traduciendo y trasmitiendo la llamada de Dios. Se compara con la imagen del vigía, atento sobre las murallas al peligro que acecha a la ciudad. Su salvación está en ser fiel mensajero de Dios que busca salvar a todos. Pero el no salva a sus destinatarios. Con el impulso de su llamada, cada uno debe tomar el camino de la vida por sí mismo.
2ªL El apóstol nos recuerda que amor al prójimo incluye todos los demás mandamientos. Aún más, los otros mandamientos, si no están impulsados por el amor al prójimo, dejan de tener todo valor moral para convertirse en una puro rigorismo.
Ev. Jesús, quiere que nos ayudemos unos a otros a crecer en la vivencia del evangelio, y esto requiere de aprender a corregirse y corregir. Con el hermano que yerra primero hay que dialogar, después buscar algunos consejeros, y por último hay que tratar el caso en la comunidad.
La comunidad cristiana, reunida en Asamblea, es cuerpo de Cristo que ata y desata. Al celebrar la Eucaristía, se cumple la palabra del Señor: Yo estoy en medio de dos o tres que se reúnan en mi nombre.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Jesús nos recuerda hoy que amar al hermano es hacerle el bien, y ese bien pasa necesariamente por la corrección, por ayudarle a reparar en sus yerros. El silencio a veces puede ser complicidad.
Pero toda corrección -para ser cristiana- necesita hacerse con humildad (desde la conciencia de la propia fragilidad), con cordialidad, deseosos de recuperar al hermano, con ánimo de ayudarle. Por ellos siempre ha de realizarse con delicadeza (a solas), y con buen juicio (poniendo objetividad, cuando sea necesario acompañado de de dos o tres buenos consejeros) y, sólo cuando la situación lo requiera, contando con el parecer de la comunidad que es familia.
Sólo quien ama puede corregir eficazmente, porque ama y se preocupa de su hermano, se atreve a corregirle y ayudarle; porque sabrá encontrar el momento y las palabras. Porque ama verá más allá de los defectos. Como un padre o una madre anima a sus hijos y les corrige, ayudándoles a cambiar. Como el maestro o el médico hacen lo mismo, como el amigo hace con su amigo... así el discípulo de Jesús ha de proceder con sus hermanos en la fe.
En la práctica de la corrección fraterna la te la convicción profunda de que todo hombre es capaz de arrepentirse de su pecado y retornar al bien. Pero no pocas veces necesita que alguien que le ame de verdad, le ayude a reparar en sus errores, a salir de la autojustificación complaciente, le invite a revisar actitudes e interrogarse.
Sin duda lo que más ayuda a las personas a cambiar no son los buenos propósitos ni las grandes ideas ni los pensamientos hermosos sino el contar en su vida con alguien que desde el amor, les ha ayudado a revisar su proceder.

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