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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Lunes, 16. Febrero 2015 - 11:22 Hora
I Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

Al comienzo de la Cuaresma es conveniente realizar un programa personal para concretar nuestros retos. Cada cristiano ha de dedicar un tiempo para pensar qué cosas concretas se propone para vivir con autenticidad este periodo de revisión de vida y cambio de actitudes como preparación de la Pascua.
Necesitamos la cuaresma como llamada de atención por nuestra natural tendencia a relajarnos; es un tiempo intenso que nos recuerda determinados aspectos del ser cristiano; se nos invita a vivir nuestro ser cristiano como desierto, que nos centra en lo esencial, que nos hace entrar dentro de nosotros mismos y descubrir cómo vivimos nuestra fe, cómo nos compromete el evangelio, y qué cosas nos son necesarias para llegar a la Pascua.
La Iglesia nos ofrece tres cauces básicos: La limosna (dar dinero y ayuda a los necesitados, contribuir a una sociedad más justa...); Intensificar y depurar la oración (encontrar tiempo para dedicarlo a Dios, leer el Evangelio...); Practicar el ayuno (privarse de cosas para hacerse consciente de lo que es realmente importante...)
EXPLICACION DE LAS LECTURAS
1ªL.- La estabilidad y el rítmico funcionamiento de la naturaleza se convierte en signo que recuerda a aquel, que desde el trasfondo, la sustenta: el creador. El orden se antoja gratuito y la creatura en vías de hacerse; desde su interior asoma la violencia y el caos. Dios pone signos señales de su cercanía y presencia, recordatorio de la alianza de Noé que mueven a despartar la fe, a proclamar a Dios presente en el ritmo vital de la naturaleza.
2ªL. Pedro recuerda a los cristianos, que por el bautismo, poseen el Espíritu, ello es garantiza de la recuperación de su propio cuerpo. Efectivamente, es el Espíritu Santo el que un día nos resucitará, como resucitó al mismo Cristo. El cristiano, pues, es un rebelde ante la muerte y, por lo tanto, ante todo aquello que pueda mutilar al hombre.
Ev.- Jesús durante cuarenta días es tentado por satanás; pero vive pacíficamente entre alimañas y servido por los ángeles. Antes de comenzar su vida pública, se hace solidario con la experiencia del éxodo, los cuarenta años, que Israel fue sometido a todas las tentaciones y beneficios de Dios.
La pacificación de las fieras representa el restablecimiento del orden paradisíaco (Gn 2. 19s) que Isaías había anunció como señal mesiánica (Is 11. 6-9; 65. 25). El servicio de los ángeles significa el trato íntimo, estrecho, que mantiene con el Padre. Todo ello indica que va a comenzar una nueva creación, un nuevo pueblo de Dios.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Inauguramos un tiempo importante: seis semanas de Cuaresma. Anticipamos lo que será la Pascua: paso del pecado a la gracia, de la oscuridad a la luz, de la debilidad a la fortaleza, de la muerte a la vida.
En este tiempo Dios nos quiere volver cara a él y al hermano; desea sanar nuestras heridas, quiere comunicarnos la energía de Cristo. Nos tiende su mano. Aceptemos esa mano tendida. Miremos el ejemplo de ese Cristo que empieza su camino, empujado por el Espíritu que lo invade y reviste de su fuerza para cumplir la misión. Como el Espíritu "revoloteaba" en la primera creación.
Como él hemos de dejar la iniciativa al Espíritu, seguir sus mociones, sentir su fuerza que logra que el seguimiento de Jesús no sea un esfuerzo moral sino una experiencia vital.
Cuarenta días estuvo Jesús en el desierto, símbolo del camino a la Pascua. El desierto es un lugar teológico en el que uno se ve forzado a enfrentarse con su propia verdad en total desnudez.
Las situaciones límite muestran la verdad más profunda. Liberado por Dios y solo en el desierto, el pueblo de Israel se ve ante su propia verdad. ¿Qué habita en su corazón y qué busca? ¿Qué imagen se ha hecho de Dios? Quien, guiado por el Espíritu, se encuentra en el desierto ante su propia verdad no puede ahorrarse la prueba.
Adentrémonos en nuestro desierto, contemplemos el camino del seguimiento de Cristo. Reparemos en lo que será necesario cambiar: purificar nuestra mirada, ablandar la dureza de nuestro corazón, erradicar la malicia de nuestras entrañas. Aprendamos a caminar por la vida repartiendo amor, esperanza, confianza, fe. Dejemos a Cristo que actúe en nosotros y nos prepare a celebrar con El su Pascua.

Lunes, 9. Febrero 2015 - 18:27 Hora
VI Domingo TO (Ciclo B)

EXPLICACIÓN DE LAS LECTURAS
1ªL.- La ley sacerdotal defiende la comunidad de la lepra y enfermedades contagiosas. Las considera «impureza» ritual. Por eso es el sacerdote quien dictamina sobre segregación, al manifestarse la enfermedad. El segregado es requerido a hacerse notar, para que nadie se contagie. Plausible defensa de la comunidad. Pero ¿Y la persona del enfermo?
2ªL.- Pablo afirma que el cristiano debe ser siervo de todos. El Evangelio nos ofrece las claves de la autentica liberación: que la totalidad de nuestras acciones tengan como fin la gloria de Dios. Partiendo de ahí, comamos o bebamos o hagamos cualquier otra cosa, hagámoslo todo para gloria de Dios.
Ev.- El evangelio muestra el poder curativo de Jesús. el leproso no duda en acercarse a Jesús.Son muy pocas las ocasionen en que los evangelios aluden a los sentimientos de Jesús: "Sintiendo lástima". Las duras condiciones de marginación social de los leprosos mueven Jesús a: "Quiero, queda limpio".Pero tiene el temor de que la divulgación anticipada de su condición mesiánica acabe comprometiendo su misión. De ahí el severo mandato de guardar silencio.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
El leproso del evangelio, al acercarse a Jesús, está violando la ley (no podía relacionarse con los demás). Y Jesús, permitiéndole acercarse a él, tocándolo, también viola la ley, contaminándose de impureza. Pero sucede exactamente lo contrario: el leproso queda curado de su enfermedad. Jesús lo libró de la marginación. La vida venció a la ley.
Jesús quitó a la enfermedad su sentido de castigo divino. Trata de hacernos ver que es el pecado el que aparta, y el poder de Dios el que cura.
Este evangelio nos toca a todos. Cada cual debe pensar en su propia "lepra", en aquellas actitudes que nos llevan a vivir alejados de los hermanos.
La lepra espiritual es un fenómeno que no ha desaparecido en nuestra sociedad ni en la Iglesia. Frente a un mundo que cierra los ojos para no ver al que sufre y lo margina, Jesús enseña a los que quieran seguirlo un camino diferente: a acoger, integrar, salvar.
Los progresos científicos no han conseguido mejorar la condición humana y surgen nuevas enfermedades y marginaciones. Urgen discípulos de Jesús que rompan las barreras de la marginación y alivien el sufrimiento y la soledad de quienes ven negada su dignidad humana. Es mas, cada uno debemos mirar en nuestro entorno para descubrir las personas que viven como verdaderos marginados, o que cada uno mantenemos como tales en la familia, en la vecindad, en los grupos, en la comunidad... Siguiendo el ejemplo del Señor, hemos de procurar la salud la integral. Y acercar a los demás a la participación en sacramentos: la Eucaristía, que restaura las fuerzas de los débiles; la Penitencia, que reconcilia con Dios y nos da armonía; y la Unción de los enfermos que da fuerzas en los momentos de debilidad por la enfermedad.
De manera sencilla nos da aquí una lección sobre los valores fundamentales del Reino: acoger, comprender, compartir, no juzgar , ayudar a todo hombre, por más "pecador" -leproso- que parezca que no se trata de condenar, de separar, sino de curar, de liberar.

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