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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Domingo, 28. Febrero 2016 - 08:25 Hora
III Domingo de Cuaresma (Ciclo C)


1ªL.- Dios quiere intervenir en favor de su pueblo liberándole de la opresión y conduciéndole a la tierra prometida. Dios entra en la historia dolorosa de su pueblo, para intervenir en ella. Para ello envía a Moisés; el Señor le promete su ayuda, convirtiéndole así en pastor= dirigente del pueblo.
2ªL.- Los israelitas fueron especialmente favorecidos por Dios con unas señales que anticipaban proféticamente las gracias cristianas. Pablo ve también en los castigos que sobrevivieron a Israel por sus pecados una advertencia ejemplar a la Iglesia de cuanto le pueden sobrevenir si se deja contaminar de la idolatría.
Ev.- Jesús señala en los crímenes y en las catástrofes naturales síntomas de un mal más profundo, que atañe a todos los hombres; ese mal es el pecado del mundo. Todos los hombres somos solidarios en ese pecado, exige de todos, conversión.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
El evangelio nos habla del Dios de la misericordia y de la paciencia. Interpretando Jesús unos hechos recientes de muertes violentas y desgracias, enseña que no son castigos. El Dios de la paciencia. Dios no castiga, sino que espera, como el agricultor el fruto.
La vida del cristiano es como la higuera del evangelio. Dios espera que demos fruto abundante, como el dueño de aquella viña. Pero nuestra vida, como la higuera es estéril, infructuosa. No obstante, Dios espera pacientemente, año tras año, a que demos fruto de conversión, de penitencia. El nos espera siempre. El sigue dándonos ocasiones, abriendo surcos, abonando y regando. Esta Cuaresma nos brinda una oportunidad excepcional para ofrecer a Dios -al Dios de la paciencia- una respuesta de conversión.
Una paciencia infinita, un año y otro... y otro. Que nadie juzgue al otro. Que todos nos juzguemos a nosotros mismos. Pero no acabamos de convencernos de que Dios no castiga, que Dios no quiere la muerte, que todo sucede según las leyes naturales, para malos y buenos.
Dios sigue aguantando nuestras infidelidades como aguantó las del pueblo de Israel en el desierto. Pero atención que el Dios de la paciencia es también un Dios justo. Por eso, Pablo en la 2ª lectura nos amonesta: "El que se cree seguro, ¡cuidado no caiga!". Lo importante es no fiarse de sí mismo y no cruzarse de brazos. Porque el tiempo es corto y Dios puede decidirse a cortar la trama de la vida en cualquier momento
Necesitamos dedicarnos a la conversión y confiar en el perdón de Dios; reconocer, que somos pecadores y que Dios, no obstante, justifica al impío, quiere salvar a su pueblo.

Jueves, 18. Febrero 2016 - 09:03 Hora
II Domingo de Cuaresma (Ciclo C)

1ªL.- El gran sufrimiento humano de Abrahán es no tener hijos. Así se lo confía a Dios. Y Dios promete una descendencia tan numerosa como las estrellas. Aparentemente es imposible. La Alianza entre Dios y Abrahán se expresa en ritos de las tribus nómadas: las dos partes se comprometen, aceptando ser despedazados si dejan de cumplir la palabra dada.
2ªL.- Pablo invita a los filipenses a participar en la carrera que él lleva y a seguir su ejemplo. Necesitan lanzarse y correr hasta alcanzar "el galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús" El verdadero camino es el de la cruz de Cristo.
Ev.- Los tres discípulos que serían testigos del abatimiento de Jesús en Getsamaní, fueron elegidos antes para ver su gloria en el Tabor. La blancura de los vestidos y el nuevo aspecto de su rostro son la manifestación de su dignidad y gloria como Hijo de Dios. Moisés y Elías, representan a la Ley y los Profetas, conversan con Jesús de lo que ha de cumplirse en Jerusalén. La "nube" es el símbolo de la presencia de Dios. Y la palabra confirma a Jesús como enviado. Toda la historia de la salvación culmina en Jesucristo, en su exaltación en la cruz.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
El domingo pasado meditábamos de tentaciones de Jesús. Hoy las de tentaciones de Pedro (las de muchos de nosotros). Los dos relatos se complementan para ofrecernos un Dios inédito.
Pedro con los criterios del mundo, como el sagaz tentador. Concibe a Jesús como el omnipotente que debe imponerse con fuerza, apabullando con autoridad y dominio. Pero ese no es el estilo de Dios. La voz de Dios, al final del relato, no es una orden; es una invitación. Cansado de ser el Dios que los humanos queremos que sea, hoy nos pide que le dejemos ser el Dios de Jesús y que le aceptemos así.
Pedro quería detenerse en la montaña, quedarse allí viendo visiones. Pero tras escuchar la recomendación del cielo, se encontraron sólo con Jesús, con la Palabra encarnada. Es el retorno a la realidad, a la obediencia, al seguimiento de Jesús, a la solidaridad con los hombres.
Como discípulos de Jesús no podemos retirarnos del mundo. No podemos retirarnos a la conciencia o quedarnos en la sacristía: "qué bien se está aquí". No podemos ser compañeros de Cristo si no recorremos con él todo su camino, llevando también nosotros la cruz, solidarizándonos con los que sufren. Porque toda nuestra gloriosa esperanza se desvanece si no escuchamos al que ha venido para ser el hermano de todos los hombres. Porque no tenemos aquí ciudad permanente y buscamos la ciudad futura.

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