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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 12. Marzo 2016 - 12:46 Hora
V Domingo de Cuaresma (Ciclo C)

1ªL.- Al profeta consolador todas las imágenes que la naturaleza y la historia le pueden ofrecer le resultan opacas para hacer transparente la obra de Dios que siente ya en su interior. Su mensaje de liberación es agua viva para la sed que los desterrados tienen.
2ªL.- Pablo, a partir de su encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, opera en su vida una profunda transformación y no desea otra cosa que ganar a Cristo. En comparación con el conocimiento de Cristo toda ganancia le parece pérdida y toda ventaja un inconveniente.
Ev.- Jesús no critica la dureza de la ley establecida, ni afirma que sólo puedan dictar sentencia jueces inocentes. Denuncia que estos escribas y fariseos son acusadores de la mala fe, hombres que se tienen a sí mismos por justos y se erigen en jueces de los demás.No banaliza el pecado: tras preguntar ¿ninguno te ha condenado?" Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más".
PARA LLEVARLO A LA VIDA
A través de toda su vida Jesús se empeñará en mostrarnos la "cara" de Dios, de un Dios Padre que, porque lo es, conoce al hijo tal como es y lo comprende y lo disculpa -hasta en lo que parece injustificable- y pretende siempre salvarlo. Es lo que hacen los padres siempre, con asombro, en muchas ocasiones, de los que no lo somos. Pero es indudable la grandeza de la postura paterna, una postura que supone un amor inagotable. Pues si esto lo hacen los padres- que son hombres y limitados- es evidente que más y mejor lo hará Dios. Esto es lo que está empeñándose en decirnos Cristo.
Sin embargo, es triste pero la tremenda realidad de los propios pecados no le ciega a uno para ver las culpas de los otros, antes bien induce a denunciarlas con mayor facilidad.
Si nosotros supiéramos ver en los delitos que criticamos, la manifestación de lo que ya está en nuestro propio corazón, seríamos más comprensivos y podríamos esperar la gracia del perdón de Dios.
Jesús quiere advertirnos a todos del peligro de eludir nuestra propia responsabilidad al erigirnos en jueces de los demás. Quiere que cada uno reconozca su propio pecado. Pues sólo el reconocimiento del propio pecado nos pone en situación propicia ante Dios que perdona al impío. Pero el que ya se tiene por justo no puede esperar el perdón de Dios.
El reconocimiento del propio pecado nos ayuda a comprender el pecado de los demás y de saber perdonar.

Domingo, 6. Marzo 2016 - 09:56 Hora
IV Domingo de Cuaresma (Ciclo C)

1ªL.- Los israelitas comienzan a comer los frutos de la tierra prometida. El maná, que fue el sustento providencial durante la marcha por el desierto, ya no hace falta. Israel podía pensar que ya había llegado a su destino. Por eso, la celebración de la pascua debe recordar a este pueblo que no debe instalarse nunca si no quiere caer en nuevas esclavitudes. Debe recordarle que sigue pendiente de la promesa
2ªL.- El contenido del evangelio es mensaje de reconciliación universal. El que cree este mensaje debe comunicarlo gozosamente a los demás hombres. El cristiano es un enviado a tomar parte activa en la obra de la reconciliación universal. No basta que Dios nos reconcilie consigo, es preciso que nosotros aceptemos esa reconciliación y la extendamos por todo el mundo.
Ev.- Cristo trata de hacerse entender y justificar la benevolente acogida que dispensa a todo los hombres. En la parábola, el padre de familia no tendrá la alegría de reconciliar a sus dos hijos en el banquete: el mayor, comido por la envidia, rechaza indolente al pequeño. El hijo menor, no regresa por amor sino por interés... Pero el padre sigue amando, comprendiendo y disculpando a ambos
PARA LLEVARLO A LA VIDA
En este cuarto domingo de Cuaresma -ya cercanas las celebraciones de Pascua- nos es muy necesario reflexionar seriamente esta parábola. Como el hijo pródigo todos hemos reclamado la herencia de Dios y pretendemos vivir a nuestro capricho. En eso consiste el pecado: en usar cuanto hemos recibido de Dios: la existencia, el cuerpo, la inteligencia, el mundo y sus cosas.. todo sin contar con Dios. Pretendemos emanciparnos y proceder a nuestro antojo aún contra de los planes de Dios.
Como el hijo mayor también hemos adoptado la actitud mezquina de desprecio frente al descarriado. En nuestra arrogancia nos sentimos mejores que los demás, por el mero hecho de no ser descubiertos como ellos, con hipocresía ocultar nuestras faltas y exagerar las del prójimo, fingiendo escándalo ante la inmoralidad.
Los hombres somos así: pecadores e inmisericordes con el pecador. Pero Dios es Padre y nos quiere de verdad. No por lo que hacemos sino porque es nuestro Padre y somos hijos suyos, pecadores o no. Nos quiere porque él es bueno. Y es este amor de Dios el único que puede hacernos buenos, el que nos puede sacar de la maldad.
Jesús les dice esto a los pecadores, para que no se den por vencidos y sigan esforzándose en ser mejores. Pero también se lo dice a los fariseos y letrados, para que se engrían, para que comprensivos con los más débiles. Todos somos pecadores delante de Dios. Y eso tiene que hacernos más humildes y solidarios. Dios no sólo perdona, su amor deshace el pecado y rehace al pecador, restableciéndolo en su condición de hijo.
El Padre hace banquete de fiesta para sus hijos: la eucaristía. Todos los que aquí estamos somos pecadores, tal y como reconocemos al comenzar… La eucaristía es banquete de reconciliación, de amor y de paz para que reconciliados nos acerquemos al hermano, superando recelos, creando espíritu de confianza que logre la convivencia fraterna entre hombres.

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