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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Jueves, 28. Abril 2016 - 12:01 Hora
VI Domingo de Pascua (Ciclo C)


1ªL.- Las exigencias de algunos judaizantes procedentes de Jerusalén sobresaltan a los neoconversos. En las primeras comunidades hay quienes no han descubierto la novedad radical del evangelio y pretenden mantener la tradición y normas judías. Pablo y Bernabé deciden consultar con los apóstoles sobre la necesidad de circuncidarse. En el fondo se pone en cuestión el valor del Bautismo como incorporación a Cristo. La respuesta viene dada por inspiración del Espíritu Santo, no imponer más cargas que las necesarias.
2ªL.- Juan contempla la nueva Jerusalén, la imagen de la Iglesia glorificada. Su sol es Dios, su templo es Cristo, cordero, su puertas las tribus, sus guardianes los ángeles y su cimiento son los apóstoles… El texto repleto de simbolismo viene a alentarnos a mantener la unidad, la conciencia de la presencia divina y a vivir con fidelidad a las enseñanzas de Cristo.
El Evangelio recoge las enseñanzas de Jesús en el discurso de despedida. Pone de relieve que ¡Amarle es cumplir sus enseñanzas! Vivir como él nos enseña es agradar a Dios Padre, es ser fiel. Para que no nos flaquee la memoria y dejemos en olvido cuanto nos enseñó envía al Espíritu Santo, como memoria viva, como maestro que enseña y alienta a la vida. Además el Resucitado promete la paz, no como la del mundo (un silencio impuesto por las guerra que gana el más fuerte) sino la que anida en el interior y estimula al amor.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Dios hace morada en nosotros gracias a la observancia de una doble exigencia: guardar su palabra y amarle de verdad. La venida del Espíritu, de Jesús y del Padre está en función de la práctica del amor. Dios se aleja cuando hay desamor o injusticia.
Cristo saluda o se despide con la paz de Dios, no «como la da el mundo». El deseo de paz -don precioso de Dios y logro apreciado del esfuerzo humano- era saludo habitual al llegar y al despedirse. Así lo hace Jesús, que se hace presente en la fe y permanece en la caridad.
El Evangelio nos urge a que frente a esta «cultura de la violencia», promovamos la paz. La paz de Jesús no es ausencia de guerra, ni el dominio de los fuertes, ni el imperio de la ley y el equilibrio de la justicia. La paz de Jesús es la paz de Dios, una paz que este mundo no puede dar. Es una paz que se funda en el amor, que lo da todo, que lo comparte todo, que no busca lo que es suyo y que todo lo perdona. Cristo y su mensaje es para nosotros la verdadera paz. Si guardamos su palabra, el mismo Dios habitará en nuestros corazones.
Guardar las palabras de Jesús es mucho más que acordarse con la memoria, es hacer presente su mensaje. Cristo Resucitado está viviente en la comunidad y sus palabras tienen valor si son vividas. Para ello necesitamos del espíritu santo. El Paráclito tiene varias funciones: enseñar y recordar todo lo dicho por Jesús, ser testigo de Dios frente al mundo.
Deberemos examinar con detenimiento: ¿Vivo las enseñanzas de Cristo? ¿Doy oportunidad al Espíritu santo para que inspire mi vida, mis entregas? ¿Acojo y reparto la paz de Cristo?¿Me fio de Jesús y en él pierdo mis miedos?

Sábado, 23. Abril 2016 - 14:21 Hora
Domingo V de Pascua (Ciclo C)

Después de Pentecostés los discípulos comenzaron a fundar las primeras comunidades cristianas en Jerusalén, la Iglesia-Madre, en Samaria, en las ciudades de la costa mediterránea de Palestina, en Damasco, Antioquía...y con Pablo y Bernabé en la zona meridional de la provincia romana de Asia. La predicación nacida de la experiencia pascual da fruto, crecen las comunidades cristianas. Son tiempos de tribulación; experimentan la necesidad de ser animados en la vivencia de la fe; la designan presbíteros para el servicio de la comunidad; Su caridad se ve alentada por la oración y el ayuno. Comparten lo suyo con otras comunidades, como la de Antioquía. Dios obra maravillas a lo largo del viaje misionero de Pablo y Bernabé por el Sur de la provincia de Asia...
En el Apocalipsis el escritor sagrado describe a la Iglesia como una ciudad, la nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres. Habitada por la felicidad más plena y llena de vida, sin fronteras, acogiendo a todos. Esta Iglesia, tan magnífica en su destino, encuentra su reflejo en las iglesias fundadas por los primeros apóstoles, en las iglesias en que hoy se encarna el amor y la fe de los cristianos.
En el Evangelio Cristo hoy nos ofrece las claves de la identidad cristiana. En esto conocerán que sois mis discípulos: "si os tenéis amor los unos a los otros". Jesús deja ahí su Testamento antes de morir. Así la quintaesencia de la Iglesia es la caridad. Cristo nos ha amado hasta dar su vida para que nosotros tengamos vida. El verdadero rostro de la Iglesia lo ofrece la Caridad, la comunión, la Iglesia que ama.
Para llevarlo a la vida.
Jesús nos invita a amarnos los unos a los otros. Esta es la señal por la que debe identificarse el cristiano, por su Caridad. Desgraciadamente este mandamiento es tan nuevo que parece que algunos cristianos aún lo tienen por estrenar. En este mundo dividido y en guerra; en esta sociedad marcada por el afán de poseer y tener, en nuestros ambientes, los discípulos de Jesús somos urgidos a poner amor y hacer crecer sus frutos.
Ofrecer el testimonio de la fuerza del amor es el germen de la Evangelización. ¡Mirad como se aman! Esa actitud cuestiona al indiferente, vende al reticente, aproxima al alejado... El amor es credencial de la fe y cuestionamiento para el mundo. Amar como Cristo nos amó, sin reservas, hasta dar la vida. Un amor que se concreta en gestos de perdón sin límites y de generosidad estrena. El amor es Evangelio hecho vida, el único que muchos de nuestros contemporáneos podrán leer; el único que muchos de nuestros convecinos están dispuestos a atender.
¿Seremos capaces de ofrecer al mundo el testimonio logrado de un amor verdaderamente cristiano?
Con esta consigna ¡anunciamos el Evangelio! y hagámoslo por todos los medios disponibles, no sólo de palabra, de obra y de pensamiento sino a través de las nuevas tecnologías, como nos recordaba SS Benedicto XVI.
 

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