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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 14. Mayo 2016 - 00:02 Hora
Solemnidad de Pentecostes

1ªL.-Hechos narra el acontecimiento de la efusión del Espíritu Santo. Estando reunidos en oración convierte a los “Once” en Iglesia, salen a predicar inmediatamente ante gente de todas las nacionalidades y cada uno escucha a los Apóstoles en su propio idioma. En Babel el hombre provocó la ruptura y la incomprensión mutua. En Pentecostés el Espíritu Santo une lo separado, lo que no podría unirse con la sola fuerza humana.
2ªL.- San Pablo recuerda que "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe.
Para llevarlo a la vida.
La unidad que da el Espíritu Santo la necesitamos mucho. En nuestras sociedades multiculturales, plurales en mentalidades e ideas. En cada familia donde hay tanta confusión de lenguas –tanta incomunicación-, padres e hijos hablan “idiomas” diferentes, el único que puede lograr el entendimiento recíproco, unir verdaderamente, es el Espíritu Santo. En nuestra Iglesia dividida entre tantas diferencias, posturas, teologías… Sólo Dios puede sanar y unir lo que está tan separado.
Otra obra del Espíritu que nos es muy necesaria hoy, es la apertura, el salir de nuestros miedos. Cerrarnos es la tentación que nos asalta cuando nos agreden. Sólo el Espíritu de Dios puede darnos la confianza y la fuerza para permanecer abiertos al mundo, aunque nos juzgue y nos rechace. El cristiano no puede replegarse y para abrirse necesitamos el Espíritu Santo, abre e impulsa a salir de nuestras cárceles interiores.
Él Espíritu Santo viene sobre la Iglesia el día en que en Israel se celebraba la fiesta de la ley y de la alianza para indicarnos que el Espíritu Santo es la ley nueva. Una ley escrita ya no sobre tablas de piedra, sino en los corazones de los hombres. Estas consideraciones suscitan de inmediato un interrogante: ¿vivimos bajo la antigua ley o bajo la ley nueva?
Permitidme una anécdota ilustrativa:. A principios del XX, una familia emigró a Estados Unidos. Como carecen de dinero para comer en el restaurante, llevan para el viaje: pan y un queso. Con el paso de las semanas el pan y el queso comienzan a escasear. El hijo no aguanta más. Sus padres sacan sus ahorros se los dan para que coma en el restaurante. El hijo va y vuelve a sus padres hecho un mar de lágrimas. La madre le dice «Hemos gastado todo para pagarte un almuerzo, ¿y sigues llorando?». Y responde el hijo: «Lloro porque una comida al día estaba incluida en el pasaje ¡y hemos pasado hambre». No son pocos los cristianos realizan la travesía de la vida «a pan y queso», sin entusiasmo, cuando podrían disfrutar cada día de todo «bien de Dios».
Jesús ha prometido que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan (Lc 11, 13). Entonces, Pidamos este Don de Dios que es el Espíritu Santo, para que podamos unirnos y abrirnos a la gracia en nuestras vidas, en nuestras familias, en la Iglesia y en el mundo. Que podamos experimentar esta obra que nos transforme interiormente y nos configure así con Jesucristo.

Sábado, 7. Mayo 2016 - 18:07 Hora
Solemnidad de la Ascensión (Ciclo C)


1ªL.- Jesús no niega que el Reino de Dios tendrá una realización material; pero afirma que a los creyentes no les es lícito hacer cálculos. La plenitud del Reino vendrá cuando Dios quiera.
2ªL.- La exaltación de Cristo es contemplada en una doble perspectiva: cósmica y eclesiológica. El es la cabeza del universo entero y, como tal, ha sido dado a la Iglesia.
Ev.- La Ascensión es consecuencia de la resurrección, verdadera y real entrada de Jesús en la gloria. Pero significa que ha llegado el momento de nuestra responsabilidad. Jesús pronunció la Palabra y ahora espera nuestra respuesta.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
La Ascensión significa que Dios ama al mundo. Y que todo el mundo siente el impacto del amor de Dios, que las criaturas suspiran esperando que un día se manifieste la gloria de los hijos de Dios y aparezca la nueva tierra y el nuevo cielo. A partir de la Ascensión la esperanza trabaja la historia. El cristiano no puede ser un hombre que pase por el mundo con indiferencia, creyendo que lo importante es sólo salvar su alma. El cristiano ha de sacar adelante la esperanza del mundo. El Resucitado dice a sus discípulos: «Id por todo el mundo». Os llamé para enviaros a los hombres; os saqué de la barca, para enviaros a otro tipo de pesca. Yo marcho al Padre; vosotros no os quedéis mirando al cielo, sino id a hacer de la tierra un cielo.
Ahora empieza el tiempo de la Iglesia. Cristo marchó; sus discípulos, tenemos que hacerlo presente. El Señor quiere valerse de nosotros para prolongar sus obras. Hemos de prestar nuestros labios, nuestros pies, nuestras manos y nuestro corazón a Jesús, para que él, en nosotros, siga bendiciendo, consolando, perdonando, compartiendo, sirviendo...
Jesús inició una tarea; nosotros tenemos que continuarla, construir el reino de Dios, hacer posible la paz y el amor. Por eso, no es cuestión de quedarse mirando al cielo, sino de inclinarse sobre las heridas y necesidades de la tierra. El Señor nos manda para que vayamos donde nos necesiten, donde haya un clamor, una injusticia, una tarea, una soledad. Nos manda para que seamos instrumentos de su paz. Nuestra misión es ir, como Jesús, por el mundo «haciendo el bien», amando, como Jesús.

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