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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 17. Junio 2017 - 17:54 Hora
Solemnidad del Corpus

1ªL.- Recordar el camino del desierto ayuda a vivir con intensidad y con perspectiva la situación presente. La condición de desierto, con sed de agua y de sentido, acompaña siempre al hombre peregrino. Y advierte que la tierra fértil está en continuo trance de perderse. El hambre de pan y de sentido acusa la carencia y provoca la búsqueda. Al que busca se le da un sustento gratuito: es el que sacia toda el hambre.El maná es una realidad tangible y una promesa.
2ªL.- Todos los que comulgan del cuerpo y la sangre de Cristo se hacen con él un solo cuerpo. La unidad de alimento produce también unidad entre los miembros de la comunidad, que lo asimila.
Ev.-Este Ev. Es parte del sermón sobre el pan de vida, que se orienta hacia la institución de la eucaristía. Hay que comer la carne del Hijo del Hombre, hay que entrar en relación profunda con él; abrirse y amar, de lo contrario no tendremos vida en nosotros.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Esta solemnidad nos invita a considerar el triple misterio del cuerpo de Cristo :
- La carne y la sangre que él da "para la vida del mundo", su existencia concreta: su cuerpo muerto en la cruz para destruir la muerte y su cuerpo resucitado para manifestar la resurrección. La carne y la sangre de Jesús son expresiones para designar a Jesús como ser humano y concreto, sirven para resaltar el carácter de realidad que tiene esta comida. El que lo recibe entra en unión con él, en una unión semejante a la que se da entre Jesús y el Padre.
– El cuerpo de Cristo como el "pan eucarístico que partimos", el "pan de vida": "El que come de este pan vivirá para siempre". Jesús posee la vida de Dios y la transmite a los humanos
- Por último, cuerpo de Cristo es la Iglesia, por nuestra incorporación a Cristo, realizada en la recepción de su cuerpo eucarístico; todos somos un mismo Pueblo de Dios, Iglesia, peregrinos en Cristo hacia el Reino de Dios, alimentados por Cristo con su propia carne.
La eucaristía funda a la iglesia como comunidad de servicio al mundo, como prolongación del cuerpo de Cristo, que se ofrece en la cruz por la vida del mundo. De ahí que la comunión, al tiempo que nos mantiene en la Iglesia, nos compromete en el servicio a los hombres, en solidaridad con todos. Por ello no comulgamos de verdad, si reducimos nuestra solidaridad a la espiritual y no tomamos en serio la necesidad de los otros, la defensa de la verdad, la justicia, la fraternidad. Comulgar es unirse a Cristo y a los que son de Cristo para realizar en el mundo una comunión universal.

Sábado, 3. Junio 2017 - 17:44 Hora
Solemnidad de Pentecostes (Ciclo A)

1ªL.- En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron sin entenderse los unos a los otros. Y es que los hombres sólo pueden entenderse entre sí cuando cada uno se abre a la sorprendente gracia de Dios y no cuando luchan como titanes para alzarse sobre las nubes.
2ªL.- Pablo expone la acción del Espíritu en la comunidad con la promoción de la pluralidad de carismas destinados a la utilidad común. La comparación con el cuerpo permite entender lo que es la Iglesia y muestra que no hay comunidad auténtica, si cada uno no participa activamente, poniendo su talento al servicio de todos.
Ev.- El mismo día en que Jesús resucita, infunde sobre sus discípulos el Espíritu Santo. Lo hace exhalando su aliento sobre ellos. Este soplo recuerda el primer soplo de Dios sobre el hombre en la creación y lo llenó de espíritu de vida. Asi los apóstoles revivieron y quedaron transformados, recreados; empezaron a ser hombres nuevos, superando miedos y tristezas.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
El mismo día de Pascua, el Señor resucitado, rebosante de Espíritu, exhaló su aliento sobre sus discípulos. Un gesto vitalista que recuerda el de la creación. Cristo quiso recrear a sus discípulos desanimados, sin «espíritu de vida»; por eso, sopló sobre ellos el Espíritu vivificador. El Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, resucitaría también a sus discípulos medio muertos.
Y aquellos hombres se llenaron de vida nueva. Fue el primer día de la semana cuando Dios se puso a crear. Este sería el primer día de la nueva creación. Empezaba así la era del Espíritu.
Pero este aliento de Jesús llega también a nosotros, produciendo los mismos efectos que en los primeros discípulos. La verdad es que el aliento de Jesús llena toda la tierra. El es nuestra oración y la oración del mundo.
Quien recibe este Espíritu no sólo se santifica, sino que es capaz de santificar, de perdonar pecados, de trabajar por un mundo nuevo. Hay que alentar sobre toda muerte y toda impureza. Hay que dejarlo todo lleno de limpieza y hermosura. Hay que llenarlo todo del Espíritu de Jesús.
Por ello en los momentos más dolorosos de la Historia de la Iglesia, el Espíritu ha aleteado, ha estado presente avivando la fe, despertando la esperanza, vigorizando el amor, llevando a cabo su hermosa obra. Aquí y allá han surgido mujeres y hombres que nos han recordar que el Reino de Dios está presente y se realiza diariamente cada vez que un cristiano testimonia con su vida el Evangelio; cada vez que trata a los demás como hermanos, y hace espacio al perdón y al amor. Jesús sigue exhalando su aliento sobre nosotros. Hace pasar su Espíritu a nuestros pulmones, para que podamos prolongar sus sentimientos y su amor en nosotros, para vivir las bienaventuranzas y seguir evangelizando a los pobres por medio de nosotros.

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