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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Miércoles, 28. Junio 2017 - 00:12 Hora
Solemnidad de S. Pedro y S. Pablo.

1ªL El libro de Hechos describe una experiencia salvífica: una intervención milagrosa del ángel del Señor. Pedro recorre el mismo camino del Maestro, persecución y salvación.
También nuestra existencia cristiana gira en torno a estos dos ejes. Cristo, con su muerte y resurrección, nos ha salvado pero no ha abolido la presencia de estas realidades.

2ªL Pablo al final de su vida está lleno de esperanza y optimismo, porque tiene conciencia de haber luchado el combate legítimo. La lucha, que exige el Evangelio, no es cualquier lucha; y tiene unas reglas, que hay que observar atentamente.
Ev. El relato se encuentra centra en el intercambio de títulos entre Jesús y Pedro. Este le define como Mesías; y Jesús le proclama, Piedra y confiriéndole las llaves y el poder de atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Es como decir que la autoridad de Pedro es vicaria; él es imagen de otro que es el verdadero Señor de la Iglesia.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
La Iglesia no es de Pedro ni de Pablo, sino de Cristo. Por eso, las puertas del infierno no podrán con ella. Pedro y Pablo son dos cristianos en los que hemos mirarnos con frecuencia. Ambos tuvieron fracasos y ambos siguieron fielmente a Cristo acercando a El a todos. Esta es la vocación a la que Dios nos llama; en la comunidad que ellos plantaron con su sangre, católica y apostólica, animada por el Espíritu: ¡somos cristianos en la iglesia!.
Como Pedro y Pablo hicieron, pese a sus limitaciones, defectos y pecados personales, nosotros desde la comunión en una fe común con ellos, hemos de testimoniar a Cristo.
Ni a Pedro ni a Pablo su fe o la fuerza para el martirio les vino de sus capacidades humanas sino del cielo. No fue ningún hombre quien enseñó a Pedro quién era Jesús, sino la revelación del Padre de los cielos: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Del mismo modo a Pablo el reconocimiento “de aquel que él perseguía” como el Señor sólo fue obra de la gracia de Dios.
Nuestro mundo tiene grandes testigos de la fe; pero tambien necesita de pequeños testigos. También necesita de tu testimonio cotidiano. Cada uno debemos ser un evangelizador allí donde Dios nos ha colocado: en su familia, en su trabajo, en la escuela, en la vida pública… No olvidemos que por el bautismo y la confirmación estamos puestos en el camino del testimonio. Pidamos con humildad a estos dos gigantes de la fe, que sepamos cumplir también nosotros con el encargo recibido, que podamos experimentar la alegría de la fe de la Iglesia y acertemos a transmitirla en nuestro entorno.
En la celebración eucarística nos edificamos como comunidad cristiana, como asamblea de creyentes que preside Cristo. Participando en el banquete común nos confirmamos en la verdadera fe, que potencia nuestra esperanza, nos hace vivir en caridad y nos impulsa a comunicar la Buena nueva.

Sábado, 24. Junio 2017 - 10:47 Hora
XII Domingo del TO (Ciclo A)

1ªL.- El profeta desarrolla unaa difícil misión que llena su existencia de conflicto con Dios y con los hombres. Su confesión de desahogo va desde la angustia y el desaliento hasta la paz completa y la seguridad. Dios se le ha revelado dentro como su defensor.
2ªL.- Pablo destaca la importancia de la obra de Cristo en comparación con el pecado de Adán. De la misma manera que el hombre se encuentra envuelto en la historia mal hecha por culpa del propio hombre, así mucho más está también en la historia de la salvación: no hay proporción entre pecado y gracia.
Ev.-El discípulo de Cristo, en su afán evangelizador, debe llegar hasta donde sea, incluso a poner en peligro la propia vida. El cristiano está cimentado sobre Cristo, que ha muerto y resucitado para darnos la seguridad de nuestra victoria. La fortaleza que nos hace superar todo temor se nos comunica por el poder del Padre,
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Cuando se predica el evangelio, la palabra de Dios levanta en unos la esperanza, provoca la contradicción de los otros, divide y juzga. Y no se pronuncia sin riesgo de los testigos. Muchas veces llegan a situaciones críticas, pero han de estar dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres; como el profeta Amós, pueden ser arrojados del santuario nacional en donde se ha instalado una religión hipotecada por los poderosos. Y han de asumir que su suerte no va a ser mejor que la del Maestro, que fue ejecutado en la cruz.
Es lógico que los discípulos de Jesús, ante la misión que han de realizar, estén preocupados. Jesús les dice repetidamente que no tengan miedo. El miedo tapa la boca a los testigos e incapacita para anunciar el evangelio. Por miedo se traiciona el mensaje, silenciándolo y alterando su contenido según las circunstancias. Por miedo se desvirtúa la palabra de Dios, se diluye su fuerza en un falso y cómodo espiritualismo. ponemos el evangelio debajo del celemín. Por miedo traicionamos y abandonamos a Jesús. Pero "si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo".
Todos los que creemos en el evangelio hemos sido enviados por Jesús al mundo para dar testimonio, estamos al servicio de la palabra de Dios. Renunciar a esa misión es perder nuestra identidad como cristianos y no saber ya para qué estamos en este mundo. La iglesia es una asamblea de testigos, una comunidad que responde solidariamente del evangelio. Anunciar el evangelio es nuestra única función y nuestro modo de presencia como cristianos en la sociedad. Preguntémonos
-¿Nos hemos visto alguna vez comprometidos por anunciar el evangelio o por dar testimonio de nuestra fe?
-¿Hemos traicionado nuestras convicciones en alguna ocasión?, ¿hemos callado cuando deberíamos haber hablado?
-¿Hemos tratado de imponer a otros nuestras creencias?

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