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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 31. Marzo 2018 - 20:54 Hora
II Domingo de Pascua (Ciclo B)

1ªL.- La resurrección de Jesús es el comienzo y el signo infalible de la nueva humanidad; la resurrección desencadena el dinamismo comunitario, una comunidad de amor, en la que los bienes de los miembros están a disposición efectiva de cualquier hermano porque entre ellos no existe el concepto de propiedad exclusiva y mucho menos excluyente.
2ªL.- El que cree en el evangelio ha nacido de Dios. Y, ama al que le ha dado el ser, al Padre, y a todos los que han nacido del Padre por esa misma fe. "Agua y sangre" son aquí dos figuras que se refieren al bautismo y a la muerte de Jesús.
Ev.- Así como en la primera creación del hombre, Dios le infundió la vida, así también el aliento de Jesús comunica la vida a la nueva creación espiritual.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
En la persona de Jesús resucitado, ha llegado un mundo nuevo. El "cenáculo" fue el lugar de la manifestación y experiencia de Jesucristo resucitado, del "Don" del Espíritu, del regalo de la paz y el perdón. Nuestra comunidad, debería ser lugar donde se realicen estas experiencias de paz, amor y libertad.
La caridad total, el amor, vence al pecado y la avidez de poseer. La capacidad de perdonar es la fuerza que permite solucionar las grandes tensiones de la humanidad. Quien no sabe perdonar, no sabe amar. En la reconciliación se muestra al prójimo el amor más auténtico.
Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre. Como Jesús, pues, la comunidad es mediación de salvación o de condena, no porque ella enjuicie a nadie, sino porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo que cada uno es y decide de por sí.
Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra: ella es el medio que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.
La invitación a Tomás, “no seas incrédulo sino creyente” nos la hace hoy el Señor. Nosotros desde el bautismo y la confirmación, no somos incrédulos sino creyentes, hemos de dar testimonio gozoso de Jesucristo resucitado, con palabras y obras, a cuantos con nosotros trabajan y viven.

Sábado, 31. Marzo 2018 - 20:52 Hora
I Domingo de Pascua (Ciclo B)

1ªL.- Evangelizar es testificar la resurrección de Jesús. Ciertamente, esta evangelización se refiere a Aquel que pasó su vida haciendo el bien y luchando por la liberación de los oprimidos, pero no puede reducirse únicamente a un proyecto de mera liberación intrahistórica.
2ªL.- El cristiano, por el hecho de tener ya asegurada su resurrección, no puede conformarse con los valores puramente terrenos e históricos, sino que debe estar constantemente proyectado hacia esa zona superior, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Ev.- María Magdalena, Pedro y Juan no eran unos visionarios, sólo constataban los hechos escuetos. Ahora bien, estos hechos no demostraban la resurrección de Jesús. Ellos llegaron a creer porque aceptaron la llamada invisible de Dios.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Cuando todo parecía que había terminado en una tumba como siempre, hallaron la tumba vacía y anunciaron que había sucedido lo imposible y lo nunca visto: que Jesús, el justo, había sido rehabilitado por Dios, él mismo y no sólo su memoria; que Jesús de Nazaret, juzgado por el Sanedrín y ejecutado bajo el poder de Poncio Pilato, él mismo y no otro, había resucitado.
No entenderíamos este mensaje si pensáramos que la resurrección no es más que la continuación en el mundo de la causa por la que él vivió y murió. No lo entenderíamos si creyéramos que Jesús, por su muerte ejemplar, en vez de pasar de la muerte a la vida pasó de la vida a la historia, como se dice de los "inmortales".
La resurrección de Jesús fue para los Apóstoles, y es para los creyentes, un paso adelante. Jesús no resucitó como Lázaro, para volver a morir. La resurrección auténtica de la muerte, el paso definitivo del reino de la necesidad al reino de la libertad.
Y así derribó Jesús, de una vez por todas, el muro de la desesperación. Ya ha nacido en el mundo una esperanza contra toda esperanza, contra la muerte que todo lo mortifica. La acción y la pasión de los que luchan y esperan no será confundida, pues todos los dolores del mundo son ahora dolores de parto. Jesús encabeza el triunfo de la vida, es el primogénito: si él ha resucitado, también los que luchan y mueren como él resucitarán.
Creer en la resurrección de Jesús no es sólo tener por cierto que resucitó, sino resucitar con él.
Porque es vencer, ya en esta vida, por la esperanza la desesperación de la muerte. La fe en la resurrección de Jesús es la única fuerza que puede disputar a la muerte su dominio. La muerte es el último enemigo y el arma más poderosa de todos los enemigos del hombre. El poder de la muerte se anuncia en el hambre, las enfermedades, la explotación, la marginación, las injusticias... y todo cuanto mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la resurrección de Jesús es sublevarse ya contra ese dominio de la muerte.

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