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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 15. Diciembre 2018 - 18:21 Hora
III Domingo de Adviento

1ªL.- El pueblo que ha vivido su hundimiento parece estuviera cumpliendo una condena. Pero el mensajero de Dios le dice en su nombre: Regocíjate, no temas; Dios está contigo. El portador de la palabra pone vida renaciente y júbilo creativo en el pueblo que espera. En vista de «aquel día» de la plena realización, el presente cobra ya dirección, sentido y fuerza.
2ªL.- Pablo escribe desde la cárcel. Los filipenses están preocupados por su situación, el apóstol les invita a la alegría. les recuerda que el cristiano no puede dejarse arrastrar por la desconfianza, la desesperación. Cristo está en nosotros y en la comunidad. Su presencia es fuente de alegría.
Ev.- Juan bautista predica la conversión al pueblo en general y, después, a diferentes grupos. No exige penitencia vistiéndose de saco sino que cumplan con el precepto supremo del amor al prójimo y con los deberes de la justicia.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Juan no pide una conversión de lamentos y lágrimas sobre el pasado, sino un cambio hacia el futuro. La penitencia ha de acreditarse en frutos de justicia y amor no en lamentos.
El bautista predicó en una sociedad de situaciones extremas que andaba preocupada por el buen vivir, vestir y el comer. Y Juan exigía la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, para poder beneficiar a los los hambrientos y desnudos. Hoy vivimos en la sociedad de la abundancia; pero, mientras haya quienes no tengan lo necesario para vivir, estamos atropellando la justicia .
El amor al prójimo es una exigencia que pasa por la conversión de amor solidario. Por eso el Precursor anima al cumplimiento de la justicia cuando se dirige a los publicanos y a los soldados.
A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, les dice que no abusen, que cobren lo justo y que renuncien a sobrecargas para enriquecerse a costa de los pobres.
En nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres, no puede haber verdadera conversión cristiana si los cristianos no nos empeñados en una reforma fiscal redistributiva.
A los soldados, a la fuerza pública, el bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los los violentos, la carrera de armamentos, la violencia establecida... están reclamando una conversión pública.
Juan sabe bien cuál es su papel y sale al paso de los rumores del pueblo para confesar abiertamente que él no es el que ha de venir, "el más fuerte", el Mesías.
Juan piensa en un mesías justiciero, que va a venir a separar el trigo de la paja y a purificar el mundo con el fuego. No olvidemos que es aún un hombre del A.T. EL último de los profetas. Por eso anuncia la venida del Señor y el "día del Señor" como un juicio inminente sobre los hombres. Pero Jesús dirá que no ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos.
Hagamos un mundo más humano: Este mundo no es el reino de Dios sino el reino del egoísmo. Este mundo no es bueno, porque no es bueno para todos, porque no hay igualdad, ni fraternidad, ni libertad, porque cada uno va a lo suyo y el hombre es como un lobo para el hombre. Los cristianos no estamos en este mundo para ganarnos el cielo, sino más exactamente para hacer que este mundo sea más humano y más conforme a la voluntad de Dios. Porque no estamos de paso por el mundo, sino que llevamos con nosotros el mundo, a espaldas de nuestra responsabilidad, y no podemos peregrinar y llegar a la presencia de Dios y entrar en su reino si perdemos el hato, si no entramos con el mundo que nos ha confiado.
Desentenderse del mundo es desentenderse de los hombres, que son nuestros hermanos. Es pasar de largo ante los que sufren y lloran, ante los que son tratados injustamente, ante los marginados, ante el hambre, la violencia... En este sentido, no sólo la propiedad privada puede ser un robo o una retención injusta de lo que debemos compartir con los demás, sino también la vida privada, aunque ésta se llene de oraciones y soliloquios divinos. Porque la vida privada, y en nuestro caso la privatización de la fe, sería despojar a los hombres del amor y de la ayuda que les debemos por voluntad de Dios.


Domingo, 9. Diciembre 2018 - 09:29 Hora
II Domingo de Adviento (Ciclo C)

1ªL.- La aflicción envuelve a la pequeña comunidad judía en el tardo posexilio. Pero los profetas le han despertado la esperanza, y viven de su luz. No encuentran términos adecuados para decir lo que pone la fe en la humilde realidad y recurren a la imagen de Jerusalén, para expresar la vivencia de seguridad, grandeza y paz que ofrece el saber a Dios presente.

2ªL.- Pablo había evangelizado y creado la comunidad de Filipos en su segundo viaje, hacia el año 50. Unos siete años después es apresado en Éfeso y los filipenses, al saberlo, le envían un donativo. Y les escribe esta carta de agradecimiento y animación cristiana. Pide que la comunidad de amor siga creciendo, que Dios les conceda un conocimiento profundo y práctico que les ayude a resolver fraternalmente los problemas cotidianos, y les preserve de toda contaminación de costumbres paganas.Renovados por el espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de Cristo.

Ev- la Palabra vino sobre Juan en el desierto, en la soledad en la que se encuentra consigo mismo, en la que no puede perderse entre la multitud de la gente. Y Juan nos hablará de las exigencias de la justicia y de la caridad, a la vez que anuncia un bautismo renovador en Espíritu Santo y Fuego. Preparad el camino del Señor: Dios no habla para que todo siga igual sino para que todo cambie, para que cambie el hombre y el mundo. Para que el hombre se convierta, para que el mundo se transforme.

PARA LLEVARLO A LA VIDA
Donde Dios pronuncia su Palabra, que es promesa, nace la esperanza contra toda esperanza humana, la esperanza que no defrauda.
Y la esperanza se hace camino, eleva los valles, allana los montes, endereza lo que está torcido, vence las dificultades. La Palabra de Dios, la Promesa, tiene una gran fuerza de movilización.
La conversión es mirar con ilusión hacia delante. No lamento del pasado, no resignación en el presente, no fijación estéril en nuestra miseria y en nuestras lágrimas. Es cambio.
La pregunta: «¿Qué debemos hacer?», es el inicio de toda conversión, porque es la ruptura de la autosuficiencia y de la independencia; es el reconocimiento de que no somos perfectos; es la expresión de un deseo de cambiar.
Hoy nos preguntamos también nosotros qué debemos hacer para poder ser consecuentes con la fe y poder recibir lo que esperamos: Convertirnos, con el Evangelio en la mano, ver la vida con los ojos de Cristo. Mirar a cuantos nos rodean como hermanos, por encima de posiciones, ideas o estilos; convertirse es vivir abierto a todos de modo que nada nos resulte indiferente y ajeno y en todo intentemos poner sinceridad, justicia y concordia.
Convertirse es no confundir, en el cristianismo, lo esencial con lo accesorio, Convertirse es vivir fiado de la Providencia.
Convertirse es ser un buen profesional, un padre o madre espléndido, un hijo bueno, un esposo fiel en los momentos gozosos y en los que no lo sean tanto; es ser amigo verdadero; es pasar por la vida haciendo el bien.
Convertirse es trabajar por la realidad del Reino de Dios, un Reino que está dentro de nosotros mismos, que abarca nuestra vida entera.
Convertirse es llenarnos de esperanza activa, dinámica, eficaz, para trabajar transformando nuestro mundo (nuestra familia, nuestro entorno). En este tiempo de Adviento debemos revisar cómo vivimos la llamada exigente de Cristo a vivir en la esperanza, contagiando ilusión comprometida ante el regreso de Cristo

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