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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 6. Abril 2019 - 09:17 Hora
V Domingo de Cuaresma (ciclo C)

1L.- El profeta consolador anuncia un mensaje de liberación y señala los signos que anuncian la esperanza "¿No lo notáis?" La liberación de los desterrados no vendrá de Ciro el persa, sino de Dios. En el éxodo de su pueblo Dios saca agua de la roca y hace ríos en el desierto.
2L.- S. Pablo al oponer provecho-pérdida, describe ganancia o pérdida en el juicio de Dios. El se desinteresa de las ventajas judías, las rechaza.
Israel fue conociendo a Dios a partir de la experiencia de ser salvado por su poder en la debilidad. El nuevo pueblo de Dios se ha hecho a partir de otra experiencia suprema del mismo poder: el conocimiento de la fuerza de su resurrección.
Ev.- Jesús no ha venido a condenar sino a salvar e invita a los hombres a que no se erijan nunca en jueces contra nadie teniendo en cuenta su propio pecado personal.
No disculpa el pecado, pero hace valer la gracia frente al rigor de la justicia mundana.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
Los acusadores siempre se creen inocentes, se sienten seguros al señalar al culpable.
Excusarse echando la culpa a los otros es muy humano, descargar las culpas sobre un chivo expiatorio. Los fariseos hacían ostentación pública de su propia justicia, y al tenerse por justos, permanentemente eran acusadores de los demás. Al sorprender el adulterio de una pobre mujer, sacan a vergüenza pública a la desgraciada y la motejan de pecadora. Y aprovechan la ocasión para comprometer al Maestro ante el pueblo y frente a la Ley. Saben que Jesús comprende a los pecadores y los perdona, saben que no condenará a la adúltera con el rigor de la ley mosaica. Y podrán acusarlo ante el Sanedrín por menospreciar la Ley.
Jesús no condena a esta mujer, porque ha venido a salvar y no a condenar, porque no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Está dispuesto a cargar con el pecado de todos. Qué diferente es la actitud de Jesús, el único justo, a la actitud de los fariseos que teniéndose por justos, condenan a los demás. En la vida cotidiana no suelen ser los inocentes los que acusan y condenan, sino los mas culpables.
Los pecados propios no nos impiden ver las culpas de los otros, nos inducen a denunciarlas con prontitud. Pero cuando la culpa es más mía, tanto mas nos resulta difícil reconocerla. Con facilidad condenamos la culpa de los otros, pero difícilmente llegaremos a confesar la propia culpa.
Los escribas y fariseos que denuncian a la mujer adúltera la usan como un pretexto, desean tanto la condena de esta mujer como comprometer a Jesús y condenarlo con apariencias de legalidad. Jesús conoce sus autenticas intenciones y les invita a que "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". Quiere alentarnos a no eludir nuestro pecado y erigirnos en jueces de los demás. Quiere que reconozcamos el propio pecado y ablandemos el corazón. El reconocimiento del pecado propio nos ayuda a comprender la debilidad de los demás y a saber perdonar al igual que nosotros somos perdonados por el Señor.
Los que se reconocen pecadores entran en la misericordia de Dios. La penitencia auténtica comienza con el humilde reconocimiento de la culpa propia que nos hace comprensivos con los demás. Cuando cada uno dice: "Yo, pecador,...", renuncia a seguir diciendo: "Tú tienes la culpa".

Sábado, 30. Marzo 2019 - 20:22 Hora
IV Domingo cuaresma

1L.- El pueblo de Dios, peregrino en el desierto, llega a la tierra prometida. Ahora hay que conquistarla. Josué es el elegido por Dios para llevar a cabo esta tarea. El sustento que les alimentó en su camino, el maná, cesa al procurarse el pueblo liberado su propio sustento.
2L.- Cuanto divide a los hombres y los clasifican ya no tiene fundamento para el que está en Cristo y es una criatura nueva. Este hombre nuevo deja de guiarse por los deseos mundanos; ahora es el Espíritu quien lo guía .
Ev.- Jesus desvela en la parábola del insondable amor del padre pese a la ingratitud de sus hijos: la frialdad del que reclama su herencia y pretende regresar tras su error, como un jornalero; y la dureza indolente del corazón del hijo mayor que se distancia de su padre porque no acepta al hermano. Ninguno entiende al padre, no han descubierto su amor.
PARA LLEVARLO LA VIDA
La enseñanza de Jesús era acogida, con sencillez, por los pecadores y cuantos no eran buenos para la religiosidad oficial, al escuchar sus palabras se conmovian sus corazones y se convertían al evangelio; mientras tanto los fariseos y maestros de Israel, criticaban y rechazaban su mensaje. Pero Jesús no deja de manifestar el amor de Dios y su perdón misericordioso.
Esta parábola del "hijo pródigo" es la respuesta de Jesús a la murmuración de los fariseos (los hijos mayores, los perfectos) y la desvelación de la magnitud del amor divino. Presenta el gran amor que el "padre bondadoso", tiene por sus dos hijos, a los que "sale a buscar". Ambos muy lejos de si mismos y del padre.
El pecado es apartarse de Dios, prefiriéndonos a nosotros y lo que el mundo ofrece. Dios no quiere retener hijos a la fuerza, deja libertad que se vayan y lleguen al límite de su miseria o para que, a pesar de estar cerca, se queden con indolente indiferencia. Y lo hace con la esperanza de que algún día recapaciten y vuelvan. Dios sale permanentemente al encuentro con su gracia. Y cuando se deciden a volver, los acogerá amorosamente, les restablecerá en su dignidad perdida y los colmará de bienes. No pide resarcimiento ni justicia, no acepta que vivan en su casa como un jornalero. Celebrará su regreso como una resurrección: "estaba muerto y ha revivido". Este es Dios, el padre de nuestro Señor Jesucristo.
El comportamiento del hermano mayor, sirve para ayudarnos a reparar en que los hombres, no sabemos perdonar, porque no nos amamos como hermanos. Al igual que tampoco sabemos comportamos como hijos amorosos y agradecidos de Dios, sino sólo como "cumplidores" interesados.
Hay aquí una denuncia del pecado y de los fariseos de todos los tiempos, de los que cumplen a la perfección, pero no han descubierto el amor y de los que amándose sólo a sí mismos se prefieren a Dios.
Tres enseñanzas que agradecer:
- la grandeza del amor paternal de Dios que se muestra siempre dispuesto a la acogida y el perdón.
- el valor del arrepentimiento que nos mueve a desandar el camino que alejó de los hermanos y de Dios.
- el gozo de la gratuidad universal del perdón divino.

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