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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Sábado, 2. Noviembre 2019 - 08:14 Hora
Conmemoración de todos los fieles difuntos

El calendario litúrgico nos ofrece hoy un día para presentar ante el Señor la memoria de todos los difuntos. Las ocupaciones de la vida diaria nos distraen del recuerdo y dificultan la evocación. El poeta puso rima a esta prosaica realidad «Dios mío ¡Qué solos se quedan los muertos!» (Bécquer) por más que deseemos ser fieles a la memoria de nuestros seres queridos, la vida nos arrastra. Y es esa mala conciencia la que empuja a muchos, aunque sólo sea un día al año, a llenar de flores las sepulturas. Pero aunque descuide a los difuntos, ellos no se olvidan de nosotros, porque al entrar en la vida eterna(dice el apóstol): "seremos semejantes a Él" ellos entraron en el modo de ser de Dios, para quien todo está presente bajo una luz nueva y una mirada amorosa, incomprensible para nosotros, nos recuerdan en su eterno presente.
Este día para un cristiano no tiene nada de lúgubre ni atemorizador (cuanto daño ha hecho Halloween y el cine de terror a la contemplación de la muerte!) sino que brinda una extraordinaria ocasión para convertir nuestro recuerdo emocionado, sereno y agradecido, en plegaria por quienes amamos y nos amaron, a quienes con tristeza un día depositamos en la tierra con esperanza de cielo.
Como iglesia oramos hoy por los difuntos, desde la serenidad y la paz que da el saber que ellos están en las mejores manos, en las manos amorosas de Dios padre que quiere acoger a todos sus hijos e hijas. Creer en Dios es estar persuadido de que su amor está más allá de
las debilidades humanas, es más fuerte que el mal, es un amor que es vida para siempre, esperanza que no falla y confianza infinita que nace del saber que el amor de Cristo, manifestado en la cruz, ha vencido a la muerte. Un amor que es resurrección, vida nueva para siempre. Y, por eso, los cristianos, ponemos a nuestros difuntos bajo la sombra benéfica de la cruz que nos redime.
Rogamos por todos los difuntos, por los nuestros y los de todo el mundo. Particularmente por cuantos nos hicieron el bien o nos prestaron servico: nuestros maestros con su abnegada paciencia, nuestros médicos que sanaron nuestras dolencias, el cartero, el policía, el barredro o el sereno... Y como no, nuestros sacerdotes, instrumento divino para atraernos su gracia. Benditas ánimas que siguen desde el más allá beneficiando con su intercesión, por ellas pedimos hoy con la esperanza de que comparten la vida nueva de Jesús, resucitado, confiando en Dios.
En la Eucaristía comemos el Cuerpo de Cristo para unirnos a él, y a ellos, más fuertemente y compartir ya aquí, ahora, su vida nueva, como prenda de que un día también nosotros viviremos su misma resurrección; tal como él nos enseñó: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día".

Viernes, 1. Noviembre 2019 - 09:01 Hora
Solemnidad de todos los santos

1L.- El Vidente, situado más allá de la historia, ve lo que acontecerá al final, dejando atrás todas las luchas y persecuciones, describe el triunfo del pueblo de Dios. Una muchedumbre incontable, que gozosa celebra la victoria se debe al Cordero, a Jesús.
2.-Juan nos recuerda con entusiasmo que Somos hijos de Dios, herederos del cielo, coherederos con Jesús, pero advierte que vivimos en una situación de gestación, de expectación, hay que esperar activamente hasta que se ponga de manifiesto
Ev.Jesús en las bienaventuranzas habla de hombres y mujeres activos que, frente a situaciones concretas de adversidad e injusticia, adoptan actitudes positivas y justas. Y viviendo todo trance con fe y esperanza se sienten bienaventurados.
PARA LLEVARLO A LA VIDA
El recuerdo de todos los santos es una invitación a la alegría, un aliento a nuestra esperanza, una ayuda a nuestra debilidad.
Todos estamos llamados a ser santos. La fiesta de todos los santos nos ofrece un sinfín de caminos para lograrlo, en ellos se nos ofrece modelos y posibilidades. No hay un camino de santidad, todos los caminos conducen a Dios. Ellos se santificaron, fueron fieles al Señor, unos en su vida de familia, otros en el trabajo o en el claustro, otros como solteros o casados, otros como niños o ancianos, ricos y pobres... Pero todos haciendo del Evangelio vida de su vida.
Ser santo no es cuestión de muchos rezos, ni de abnegado sacrificio y mortificación, ni de ocasiones extraordinarias, ni de alejarse del mundo... No. Ser santo se logra en la vida corriente, experimentando la insatisfacción de un mundo inhumano y empezar transformarlo desde tu propio entorno.
Ser santo es sentir la preocupación los que sufren y compartir con ellos lo que se tiene para paliar su necesidad.
Ser santo es ofrecer nuestra cercanía y compañía a quien se encuentra solo o abandonado.
Ser santo es saber mostrarse disponible a quien a nuestro lado necesita de un modesto servicio sin reuirle.
Ser santo es tratar de comprender al que se equivoca y darle un buen consejo (sin palabras) desde el propio ejemplo para estimularle a cambiar sus pasos errados.
Ser santo es mantener una mirada positiva sobre la vida y sobre los demás (renunciando al juicio y la crítica) y caminar por la vida sin segundas intenciones, ofreciendo sinceridad y confianza.
Ser santo es saberse hijo de Dios y trabajar por mantener unida su familia, por estrechar lazos de hermandad.
Ser santo es mantener la confianza, esperanza, la alegría, que brota de una fe sincera, como las bienaventuranzas del evangelio.
Sólo así se llega a ser una mujer o un hombre santo y feliz y dichoso y bienaventurado.
Nosotros esperamos entrar en el Cielo con quiénes nos precedieron. Y estamos seguros de ello, no por nuestros méritos, sino porque el Señor cumple sus promesa. La ha cumplido ya en esa muchedumbre innumerable de bienaventurados que no cesan de interceder por nosotros.

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