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Miguel P. León Padilla

Participa en MUSICALITURGICA.COM en el Servicio Litúrgico, aportando cada semana una homilía para el Domingo correspondiente.
Sacerdote de la Diócesis de Segorbe-Castellón.

Martes, 10. Marzo 2020 - 18:42 Hora
III Domingo de cuaresma (ciclo A)

1L.- El pueblo liberado de la servidumbre del faraon, tropieza con sed y carencia en el desierto. Desde el acosante «¿está Dios con nosotros?» reclama más pruebas. Pruebas no hay, pero sí señales que orientan hacia Dios: un testigo que muestra, un agua para la sed. No sólo dará agua en el desierto o maná o codornices o victorias, sino que se da a sí mismo para saciar nuestras insatisfacciones y colmar nuestras esperanzas.
2ªL.-La prueba de que Dios está con nosotros y nos ama, dirá San Pablo, es que Cristo murió por nosotros y resucitó para nosotros. La señal de Jonás. Y no sólo está entre nosotros, sino que está en nosotros, porque «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo». Es el culmen de la donación de Dios.
Ev.- El encuentro con la samaritana pone en evidencia paradojas pedagógicas. Jesús siempre cautiva, tiene sed y sin embargo ofrece agua; está cansado y sin embargo libera de cargas; pregunta y sin embargo lo sabe todo; aparece como un desconocido y sin embargo se mete muy dentro en el corazón. En él se concentra toda la sed del mundo, todos los deseos y los interrogantes de la humanidad en la mujer; y en él están todas las respuestas y todos los manantiales.

PARA LLEVARLO A LA VIDA
Es un pasaje repleto de simbolismo, de sugerentes palabras, de hondura de significados: El agua del pozo es la ley y la sabiduría. El agua viva es la nueva vida. La nueva ley del Espíritu, y Cristo es el autentico manantial. La samaritana representa a la humanidad automarginada de la gracia, al pueblo idolátrico. Y Jesús-manantial, el Mesías se hace el encontradizo y desea salvar. Pero no se impone: «Si conocieras» si quisieras... Y todo ello acontece en la hora sexta, la hora de entrega más grande.
El encuentro con la samaitana pone de manifiesto pedagógicos contrastes: el agua del pozo y el agua del Espíritu. El amor sensual y el amor espiritual. La ley y la gracia. Los falsos dioses y el verdadero Dios. Los templos de piedra y los templos vivos. Adoración ritual y adoración en espiritu y verdad.
Dios se manifiesta como buscador incansable del hombre, es un «antropotropo». He ahí la paradoja. Junto al brocal del pozo, confluyen la sed de la humanidad (la samaritana) y la sed de Dios (Jesús). Pero... «¿Cómo puede El, manantial inagotable de agua viva, andar sediento de este mínimo y pobre riachuelo que sale de mi corazón?». Dios desea que le deseemos, tiene sed de que estemos sedientos de El. Jesús se hace peregrino, nos espera «junto a cualquier pozo de nuestra vida».
Para todos los sedientos: hay una solución definitiva. No es el pozo de Jacob, que es viejo y que se agota. La solución definitiva es beber del agua de Cristo.
Andamos con la lengua fuera, sedientos e insatisfechos, porque pocos pueden dar con amor un vaso de agua. El egoísmo ha ensuciado en la fuente de la esperanza, la ha contaminado.
Jesús nos ofrece agua viva, a cambio de un poco de amor al prójimo, el agua que salta hasta la vida eterna, el don de Dios. El que beba de ese agua no volverá a tener sed; seguirá en el desierto y en camino; pero el agua de Cristo se convertirá dentro de él en un surtidor, y nadie podrá arrebatarle el gozo y la esperanza.
Después del encuentro con Cristo, la samaritana se transforma. «Dejó su cántaro». Es todo un símbolo. Ya no tiene más sed ni necesita el agua de aquel pozo. Empieza a ser una mujer nueva, con una buena noticia que proclamar. Corre entusiasmada al pueblo y va diciendo a todos: «Venid a ver a un hombre», que es el Mesías que esperamos. No hace discursos teológicos. Sólo comparte su experiencia: lo que ha visto, lo que ha oído, lo que le ha dicho. Habla con palabras vivas, einvita noa que la crean sino a que salgan a su encuentro.

El mundo tiene sed. A los discípulos de Jesús, nos corresponde devolver al mundo la verdadera esperanza, creyendo en la Promesa, dejándose conducir por el espíritu, compartiendo solidaria y esperanzadamente nuestra fe en él. Que esta pandemia del "coronavirus" ayude a recordar a la ensoberbecida especie humana, que no somos todopoderosos. Y ojalá la toma de conciencia de nuestra fragilidad nos a volver nuestros corazones a Dios, conduzca a la humildad, al deseo de conversión y a la búsqueda del bien. Que el Espíritu santo ilumine a nuestros gobernantes y derrame sensatez en la ciudadanía.

Miércoles, 4. Marzo 2020 - 05:16 Hora
II Domingo de Cuaresma (ciclo A)

1L.- La grandeza de Abrahán está en ser signo de Dios por la confianza y la obediencia. Partir de la propia tierra y familia, abandonar seguridades para obtenerlo todo en esperanza. Estar en referencia a Dios es un paso al vacío, sino hacia la plenitud.
2L.-La proclamación del Evangelio es un trabajo duro, que, se debe a una misteriosa vocación de Dios. Asiste con su gracia. Ya pensó en nosotros desde siempre, y nos eligió y preparó para esta misión.
Ev.- Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y Juan - los tres testigos de su angustia en Getsamaní-, y en la cima del monte se transfigura. La fe de los discípulos, se transforma por un momento en contemplación.
PARA LLEVAR A LA VIDA
La transfiguración es una teofanía (como la de Sinaí : los días de preparación, la montaña, la nube, la voz de Dios, el temor de los testigos y la luminosidad de Jesús como un nuevo Moisés.Alli se revela el misterio de la persona de Jesús como nueva ley y llama a su seguimiento.
Como si de un nuevo Sinaí se tratase, la ley personificada en Moisés y los profetas en Elías, ceden el paso a la Palabra encarnada, que será el definitivo camino para alcanzar a Dios. La voluntad de Dios no está ya en la ley de Moisés, sino en la persona de Jesús. Por eso la voz del cielo llama a su seguimiento: "¡Escuchadle!". Dios ratifica las palabras y vida de Jesús.
La conversión y el seguimiento se expresan en el compromiso. Por otra parte, implica reconocer al nuevo Moisés y dejarse conducir, a través de nuevos éxodos o salidas de esclavitudes, hacia la plenitud.
La propuesta de Pedro de construir tres cabañas desconoce que ninguna tienda sagrada ni ningún templo podrán encerrar esta Palabra. Nos equivocamos, si detenemos la esperanza en el Tabor de nuestras litúrgias, si no descendemos al valle de lo cotiano para que la esperanza fecunde la realidad. La esperanza que sólo despierta visiones y no realiza proyectos, no es cristiana.
El Tabor sin el Calvario es un engañoso sueño.
Como en el caso de Abrahán, el llamamiento de Dios para salir de sí mismo y seguir a Jesús requiere ordenar la vida conforme al Maestro.
Celebramos en la la muerte y resurrección de Jesús. El misterio de su vida fue el mismo de Abrahán: salió de su tierra, abandonó todo, fiado en la promesa de Aquel que tenía poder para conceder lo que esperaba. La Eucaristía termina con palabras de envío: "Podéis ir en paz". Estamos bien en el templo, junto a Dios y en comunidad, pero hay descender a la realidad y realizar el duro trabajo de evangelizar el mundo.

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