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Sábado, 24. Marzo 2012 - 20:37 Hora
Árabes católicos: Cómo ayudar a nuestros hermanos de Tierra Santa


Mi mujer es árabe católica y vive en Nazareth, es ciudadana israelí; allí los católicos árabes viven discriminados.
Una de las mejores amigas de mi mujer, comentaba hace unos días: “Y nosotros, los árabes católicos, ¿donde tenemos que vivir? ¿Tenemos que fundar un país donde podamos vivir?”.

Mi mujer, al igual que su amiga, es árabe católica y vive en Nazareth, es ciudadana del Estado de Israel. ¿Les suena? Sí, allí vivió su vida oculta nuestro Señor y la Sagrada Familia. Allí tenemos a los grandes olvidados de nuestra familia, a nuestros hermanos mayores, a los cristianos de Tierra Santa.

Cristianos, y aún peor, árabes

Los católicos árabes que viven en Israel sufren una continua discriminación. Por parte del Estado, por ser árabes. Empezando por los interrogatorios a los que son sometidos en los aeropuertos, interrogatorios exhaustivos y humillantes por el único hecho de ser árabes.

Es lógico, que haya medidas extremas de seguridad, pero que se aplique el mismo baremo a todos los ciudadanos israelíes por igual. ¿Acceso a puestos de trabajo en institutos de educación o gubernamentales? Ni en broma. No pueden. No pueden, como miembros de su país, alcanzar cargos de responsabilidad que no sean meramente locales. Sí, eso es discriminación.
Por parte de los musulmanes, por ser católicos. Tras la interesada mala interpretación de las palabras del Santo Padre, han ardido iglesias en Palestina. Han recibido palizas que no salen en la prensa, para que no cunda el ejemplo.

Los que pagan platos rotos

Cuando en un país europeo o en América sucede algo, son nuestros hermanos de aquella zona los que sufren las consecuencias, son ellos los que directamente sufren el desprecio, el odio y viven la tragedia en su carne y en sus iglesias. Son mártires del S. XXI en vida, mártires que no tienen el apoyo del gobierno que teóricamente tendría que defenderlos (“problemas internos” lo denominan) ni sienten el apoyo de la Iglesia, de sus hermanos en la Fe, de nosotros.

Dificultades para poder cumplir con el precepto dominical a causa de horarios laborales, desprecio en la calle o comportamientos sin educación en bares, impedimentos para realizar tramites burocráticos, por el simple hecho de ser árabe y llevar una medalla de la Virgen colgada del cuello.

No estoy hablando de novelas, o de situaciones del XVI, estoy hablando del día a día en pleno siglo XXI. Los católicos son una minoría perseguida, una minoría de 3.000.000 de personas en todo Oriente Próximo. No sienten en muchos casos un arraigo a la tierra o al país, debido a esa discriminación, el único arraigo es la Fe y la Familia.

¿Quién quedará en la tierra de Jesús y de María?

Pero la presión y el rechazo que esa discriminación conlleva, hace que muchos jóvenes dejen el país en busca de una vida normal en otra parte del mundo…y como resulta de ese proceso de emigración, poco a poco la tierra de Jesús y Maria se está quedando sin católicos, ¿quién la defenderá?

Un amigo al que explicaba todo esto me preguntaba: ¿cómo podemos ayudarles? Bien, en primer lugar con nuestra oración, pero también podemos transmitirles nuestro apoyo de manera que puedan notarlo.
La soledad siempre es mala, la soledad suele ser la causa de la desesperanza. La soledad nos puede llevar a no ver lo que tenemos e incluso a perderlo. Por eso debemos dar nuestra ayuda a nuestros hermanos y hermanas, para que no se sientan solos, para que no pierdan su Fe, para que no perdamos nuestro legado.

Donativos: útiles pero insuficientes

Medios materiales, con los que les hagamos ver que no están solos. Están bien, muy bien los donativos para el cuidado de los lugares santos, es más hay que aumentarlos. En Nazareth hay una iglesia que lleva en construcción más de 5 años, porque sólo se levanta con las aportaciones que hacen nuestros hermanos de allí. Los donativos que hacemos el Jueves Santo no cubren todas las necesidades.

También podríamos realizar donativos para que los jóvenes cristianos puedan ir a la universidad, ayudar a chicas y chicos a sacarse una titulación que les permita progresar en la vida, y ayudar a sus hermanos, para que puedan llevar allí esa vida que desean, y que lleva a muchas y muchos de ellos a irse de allí. Los católicos árabes no reciben becas del Estado.

Nuestros hermanos y hermanas allí son una joya brillante que está en medio del desierto, son un diamante que brilla, que lucha por brillar entre las capas de barro que intentan ocultarlo, capas de lodo que les vienen por muchas partes. Un diamante de Fe, de progreso, de modernidad. Un diamante con una fuerza que a nosotros, católicos de Europa y de América, muchas veces nos falta.

Son un diamante que lucha cada día, cada mañana contra un grito que les lanzan: “Abandonad, dejadlo, ¿no veis que no podéis...?” Y ellos, cada mañana, cada tarde, cada noche, dicen: “No abandonamos”, dicen: “Santa María, madre de Dios ruega por nosotros pecadores, ahora”.

Peregrinar: como hermanos, no turistas

Las peregrinaciones. Que no se limiten al viaje y a la visita a los Santos Lugares, que visiten también las Piedras aún Vivas de nuestra Iglesia. Gastemos dinero no sólo en hoteles o agencias de viajes, gastemos en comercios católicos -los guías saben cuáles son-, ayudémosles comprando en tiendas de ropa, de deporte, joyerías, restaurantes, todo lo que podamos..., démosles medios económicos para progresar. Y sobre todo, no vayamos de turistas, vayamos como hermanos a darles nuestro cariño, a ir a misa con ellos, a rezar con ellos, a charlar con ellos, a decirles: “Hey, estamos aquí, y estamos con vosotros”.

Organicemos campos de trabajo de jóvenes católicos, ya sea para temas de reconstrucción o acondicionamiento de iglesias y lugares santos, como de voluntariado con niños, con jóvenes, cursos de capacitación laboral, de testimonio de Fe... Sí, quizá es más bonito ir a la Selva amazónica, y hay que hacerlo, pero volquemos parte de nuestros esfuerzos con nuestros hermanos que sufren y están solos. Siempre son peores las necesidades espirituales que las materiales, y tenemos más necesidades espirituales en Tierra Santa. Allí, no lo olvidemos, tenemos dolor y discriminación.



Promocionemos intercambios de nuestros jóvenes con los jóvenes de allí. Enseñemos a nuestros jóvenes la realidad de sus hermanos, para que las conozcan, que pasen unos días allí con ellos. Traigamos aquí a sus jóvenes para comprenderles mejor, para ayudarles mejor, para realizar cursos de formación, para ayudarles en su crecimiento humano y espiritual. Hagamos intercambios de cariño mutuo, de fe, de Amor de Dios.

Que nuestros jóvenes y nosotros mismos conozcamos mejor a nuestros hermanos. Que cuando nos encontremos a un árabe católico, no pongamos una cara rara, y dentro de nuestro interior pensemos “Ah, ¿pero existen?”. Que, por el contrario, nuestra cara refleje nuestro cariño, nuestra solidaridad, nuestro apoyo.

Apoyar la economía

También podemos favorecerlos implantando negocios y empresas en las que puedan dar un paso más. ¿Por qué no editoriales, empresas de energía solar, ....? Hay muchos negocios rentables que, instalándose allí, podrían tener una doble rentabilidad: la más importante, la de ayudar a los nuestros (sin discriminar a nadie), junto a la económica que busca cualquier empresa.

Y por último, un ruego a órdenes religiosas y misioneros: envíen a sacerdotes jóvenes que aprendan el árabe (no es difícil, se lo digo yo que ya lo chapurreo), que puedan ayudar a los jóvenes y adolescentes a vivir su Fe con valentía y dignidad, que les den ayuda espiritual, que inflamen sus corazones en la misa dominical, que les animen a confesarse, que les hagan ver que no están solos.

Chicas católicas, esposos musulmanes

¿Cuántas chicas católicas se casan con chicos musulmanes y abandonan su familia y muchas veces su fe? Pues más de las que se piensan, cada año. ¿Cuántos jóvenes abandonan Nazareth, Jerusalén, Belén... cada año? Más de los que se piensan.

Hay muchos males que arreglar en el mundo, muchos lugares donde ayudar, pero si olvidamos nuestros orígenes, si olvidamos nuestra familia, si no les damos nuestro cariño a nuestros hermanos, si olvidamos nuestra historia, nuestras raíces, a nuestros hermanos mayores, ¿cómo podemos decir que somos una familia?

Nuestros hermanos nos necesitan, y lo mejor de todo es que con poco esfuerzo podemos ayudarles, podemos cambiar las cosas. La Madre Teresa de Calcula dijo: “¿La peor derrota? El desaliento. ¿El mejor remedio? El optimismo.” No estáis solos, y sí: valéis, podéis, existís.

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